Es otra noche diseccionando cadáveres en la morgue de los Tilden, cuando el sheriff Burke trae a una mujer de unos treinta años, no identificada, hallada en una casa donde todos tuvieron una muerte violenta –todos excepto ella–.
El padre Tommy (Brian Cox) y su hijo Austin (Emile Hirsh) comienzan a notar diversas irregularidades en el cuerpo, empezando por el iris gris de los ojos, como si llevara varios días en descomposición, y siguiendo con extrañas inscripciones en la piel.
En determinado momento, cada nuevo descubrimiento de una irregularidad genera un efecto en la morgue: se abre alguno de los cajones que guarda a un muerto, baja la luz, etc.
Provisoriamente, a la chica le ponen por nombre Jane Doe (algo así como Juana de los Palotes), ¿pero quién es Jane Doe? ¿Qué significan todas esas marcas en su cuerpo y por qué empiezan a ocurrir desperfectos en la sala?
Tanto los hallazgos como la fantasmagoría de la morgue van in crescendo hasta que los Tilden (que recuerdan a la dupla del padre científico y su hijo en la serie Fringe) se ven desbordados y empiezan a sentir verdadero miedo.
André Ovredal, director de Trollhunter, maneja muy bien los hilos de la tensión, coordinando el morbo de la autopsia con el clima de horror que viven los Tilden. La segunda parte del film entra a un terreno más convencional, lindante con el gore, pero no empaña las buenas intenciones de Ovredal.