“La morgue”: el enigma del cuarto cadáver
En un suburbio de Virginia, la policía descubre una escalofriante escena en donde han ocurrido unos asesinatos. En una casa de familia, se ha desarrollado un triple homicidio.
No hay pistas, no hay datos, no hay antecedentes previos de problemas entre las personas muertas encontradas allí. Todo el asunto es un enigma. Pero en el sótano ocurre lo más extraño: hallan un cuarto cuerpo, un cadáver femenino no identificado, al que temporalmente llaman Jane Doe (Olwen Catherine Kelly).
En la morgue y crematorio Tilden, el veterano médico forense Tommy Tilden (Brian Cox) está trabajando con su hijo, Austin (Emile Hirsch), un técnico médico. Austin está a punto de salir con su novia Emma (Ophelia Lovibond) cuando el sheriff Burke (Michael McElhatton) llega con Jane Doe.
Debido al creciente interés de los medios y para darles alguna explicación por lo ocurrido, solicita que la autopsia se realice esa misma noche, y para la molestia de Emma, Austin se queda a ayudar a su padre. Tommy y Austin comienzan el procedimiento.
El cadáver tiene las muñecas y tobillos rotos; la lengua cortada; le falta un molar derecho. Además, descubren cosas sorprendentes: los pulmones están ennegrecidos, los órganos cicatrizados y la piel cubierta de lesiones. En su estómago hay un pedazo de tela, cubierto de extrañas marcas, que contiene su diente perdido.
Poco a poco, padre e hijo comenzarán a ser víctimas de sucesos extraños y afrentarse a cosas que van más allá de este mundo.
Esto es lo que nos ofrece “La Morgue” (The Autopsy of Jane Doe, 2016), la primera incursión en el género de terror –y muy buena– del director noruego André Øvredal, que hace unos años atrás llamó la tensión de todos con el filme “Trollhunter” (Trolljegeren, 2010).
Lo que tiene de atractivo este largometraje es que se sostiene a los largo de sus casi 90 minutos con muy pocos personajes en escena, no más de tres si contamos a la pobre Jane Doe que lo único que hace es estar acostada mientras la examinan. Y no es fácil tener al espectador atento con tan pocos actores, ya que eso sólo se logra con una gran y atractiva historia, muy bien contada y con mucho talento actoral. Ahí es donde puso todas sus energías el realizador y la apuesta le resultó brillante.
Primero y principal, Cox y Hirsch son sólidos como padre e hijo, y por demás creíbles. Sus personajes están pasando por un momento difícil, y ese sentimiento fluye a través de la pantalla.
Segundo punto a favor: cómo con pequeños detalles y sutilezas, luces, planos de cámara y sonidos, un cadáver pueda infundirle miedo al espectador aunque jamás se mueva un milímetro en todo el filme.
Tercero y último: la ambientación fría, la poca luminosidad, lo angustiante del trabajo que hacen y lo claustrofóbico de la morgue hacen que el combo cierre perfecto.
Øvredal mezcla todo en su medida justa y hace un cóctel terrorífico, prescindiendo de efectos especiales elaborados o los típicos trucos del género vistos miles de veces. El espectador siente todo el tiempo que hay algo malo en la habitación y que nada bueno puede sucederle a estos hombres.
El gran Stephen King dijo que “La Morgue” tenía un “terror tan visceral que rivaliza con “Alien, el Octavo Pasajero” (Alien, 1979) y la obra de (David) Cronenberg de los primeros años”. Y sentenció: “Véanla, pero no solos”. Si el Maestro del Terror opinó eso, no hay mucho más que decir.
Si quieren experimentar un buen susto, “La Morgue” los estará esperando. Pasen tranquilos que el examen será rápido y efectivo.