DE LA MORGUE CON AMOR
Andre Øvredal ya es considerado una promesa del cine de terror que despegó del indie hacia el comercial debido a su fresco talento y a sus propuestas narrativas. Este noruego que revolucionó en el 2010 con Trollhunter, ese falso documental donde un grupo de jóvenes cazadores perseguían por las noches a monstruos gigantes de piedra o algún elemento de la naturaleza y los destrozaban con luz artificial. Algo muy exclusivo del folklore nórdico. Ahora deja esas frías tierras para introducirnos en espacios reducidos pero también gélidos como una morgue.
Hablamos de La autopsia de Jane Doe, un nombre que la distribuidora quiso evitar para dar explicaciones. Explicaciones muy sencillas al vivir en un mundo globalizado con acceso a Internet y acceder a que una “Jane Doe” se declara a aquellos pacientes “NN” en Estados Unidos. Cuerpos con identidad desconocida. Pero lo importante aquí reside en la historia que Øvredal ofrece en La morgue, donde un padre e hijo -soberbias actuaciones de la dupla de Emile Hirsch (Meteoro) y Brian Cox (la saga Bourne)- ofician la actividad de forenses. Especializados en recibir cuerpos de víctimas de robos, asesinatos y accidentes ofrecidos por la policía local, este par de hombres son expertos en “leer cadáveres” y sus lesiones post mortem. Claro que en esta ocasión el más joven llamado Austin prefiere romper la salida con su novia para ayudar a su padre con la llegada de un cuerpo a último momento de la noche.
Se trata de un cuerpo bellísimo de una mujer de veintitantos que sorprendentemente no presenta ninguna agresión o fractura alguna que indique violencia ejercida sobre ella en vida. Obnubilados con la belleza y el misterio alrededor de este cadáver, comienzan a investigar las posibilidades que llevaron a la defunción a esta desconocida. Así escena tras escena descubren nuevas pistas y con ello al mismo tiempo el entrono que los rodea se vuelve más tétrico y peligroso. Teniendo en cuenta que la ubicación de la morgue y sus salas se encuentran a nivel subsuelo, estamos hablando de un espacio físico casi herméticamente cerrado al exterior.
El director juega con la claustrofobia y el asfixio para el espectador. Sin embargo sale airoso en los dos primeros tercios del film, gestando todo un clima oscuro, alarmante y tenebroso en que algo maligno acecha y que recuerda a La niebla (1980) del buen Carpenter. La tensión es magistral al tratarse de un único escenario. Y con solvencia, Øvredal mantiene la tensión a lo largo de sus 86 minutos. A la postre de revelaciones excéntricas e históricas que van descubriendo estos “muchachos”, afuera se desata un gran temporal. Por ello, sin líneas de teléfono, su única conexión será una pequeña radio que declara que los ciudadanos del pequeño pueblo no salgan de sus casas por alerta meteorológica.
Con todo este panorama la expectativa crecente no logra sostenerse en su cuarto final. No se sabe a ciencia cierta si se debe a un atropello del director a cerrar la historia apresuradamente. Lo cierto es que tristemente ata cabos de una forma desprolija e ilógica. Y, por sobre todo, perdiendo la efectividad de la buena historia que se postulaba.
Más allá de este tropiezo del final, La morgue logra salvarse por dos razones justificables. Por un lado, nos encontramos en una carencia absoluta de buen cine de terror comercial. Carencia que está llegando también al indie con esos films que no llegan a la sala y que vienen en picada en cuanto a propuesta narrativa. Y por otro, es un excelente homenaje a ese cine de los 70/80’ que muchos directores nuevos están tratando de honrar a veces de una forma acertada como Te sigue (2014) y otras, de manera desastrosa como la reciente The void que desembarcó en el Bafici 2017.
No olvidemos que La morgue guarda un subgénero de terror que es preferible no spoilear. Subgénero tratado esta vez de forma muy original.