La Mosca en la Ceniza es una historia dura, compleja y fácilmente fidedigna, pero contada de una manera entendible, simple y mortificante. Trata la historia de Nancy y Pato, dos amigas de toda la vida que viven en alguna provincia del noroeste argentino. Sin educación secundaria, su vida parece estar destinada a trabajar en su casa en los quehaceres cotidianos hasta que una mujer las cita en un restaurante para hacerle una oferta: mudarse a Capital Federal y trabajar como empleadas domésticas y comenzar a hacer su camino en la gran ciudad. Todo, al final, es una farsa. El verdadero negocio al que entran es el de la prostitución de menores. Serán esclavas de los dueños del lugar y en condiciones deplorables.
La forma en que esta película es contada es a la manera de un cuento, exceptuando la temática inminentemente sexual y violenta. Es como una de aventuras, con personajes intentando ayudarse entre ellos y con el objetivo de salir de la prisión en la que se encuentran. Y seguramente este estilo narrativo se debe a que la gran protagonista en la más inocente de las amigas. Nancy, según se deja entrever, tiene problemas mentales y vive su relación con Pato como más que una amistad, como un vínculo inquebrantable, unidas por una especie de cordón umbilical. Para que no la lleven en el auto negro, aquel en donde las empleadas entran y nunca vuelven, hará buen papel ante sus “jefes” y socorrerá a su compañera que, debido a su tozudez, recibe más castigos que premios.
El guión de Gabriela David tiene la virtud de no caer en golpes bajos, incluso cuando la historia podría permitir muchas oportunidades para hacerlo. Hay algunas escenas subidas de tono, pero nada sumamente perturbador en términos audiovisuales. Lo que se cuenta, claro, es terrible desde cualquier punto de vista. La estructura del libreto está bien consolidada y es clara, a pesar de que recurre a aspectos ya visto en otras ocasiones, lo que la torna algo previsible.
El reparto es prolijo. Se destaca María Laura Caccamo con su rol verborrágico y cándido. Es la verdadera heroína del filme, la que mantiene su personaje en las diversas situaciones que transcurren durante la hora y media de duración. Paloma Contreras, la hija de Patricio Contreras y Leonor Manso, como la otra amiga, queda a un costado con un rol finalmente menor pero muy sólido. Luis Machín construye al mozo del bar de enfrente como un personaje pintoresco y repleto de matices. Y en el lado de los villanos están Cecilia Rosetto y Luciano Cáceres, cumpliendo con sus papeles sin dar interpretaciones maravillosas.
Cabe destacar la fotografía de Miguel Abal, dotando de marginalidad a la película con tonos amarillentos y anaranjados.
Tras la opera prima de David, Taxi: Un Encuentro, esta vez la directora toma un tema candente y actual, pero con una perspectiva innovadora, la de la mirada de un ser inocente, alguien que tan solo documenta lo que sucede entre las cuatro paredes de ese edificio, pero percibe el peligro que corren todos los que habitan allí.