El segundo film de Gabriela David, premiado en los festivales de Huelva y Kerala, nos habla de un tema en torno al cual se enredan muchos otros: la prostitución.
En este caso, David nos cuenta la historia de Nancy (Ma. Laura Cáccamo) y Pato (Paloma Contreras) que provenientes de un pueblito perdido en el noroeste argentino, viajan a Buenos Aires con la ilusión de poder trabajar como servicio doméstico y ayudar a sus familias. Al menos esas son todas las intenciones de Nancy, analfabeta y no muy inteligente. A Pato, en cambio, muy desde el principio del film, se la muestra decidida a terminar sus estudios en la gran ciudad.
No es ninguna sorpresa que viajen engañadas, y que cuando arriban, sean secuestradas por Oscar (Luciano Cáceres) y Susana (Cecilia Rossetto), los regentes de un prostíbulo en la calle Agüero, en un barrio de clase media. Pato se negará rotundamente a ser prostituída y por ello será golpeada y dejada de lado. Nancy, no tan combativa, le sigue la corriente a sus captores, que le prometen que si paga la deuda suya y de su amiga, se podrán ir.
El film, estrenado el 25 de marzo, un día después del feriado en repudio al golpe de Estado de 1976, nos habla también de la desaparición de personas. Una desaparición que si bien no es realizada por el Estado, cuenta con una organización tan siniestra como aquella.
La película de David detalla muy claramente todas las personas que por acción u omisión participan en este crimen: la señora que las engaña con promesas de trabajo en la capital, los regentes del prostíbulo, los “clientes” que pagan para tener sexo aún sabiendo que algunas son menores de edad y que todas son retenidas contra su voluntad, el policía que permite que esa sea una “zona liberada”, los vecinos que prefieren mirar a otro lado y hacer oídos sordos y por qué no, el Estado, que permite que ciudadanos sean analfabetos y desocupados crónicos, posibilitando la red de trata de mujeres. Toda la sociedad es, si no culpable, responsable.
La película no tiene golpes bajos. No está hecha con ningún afán documental, en el sentido de mostrarnos con lujo de detalles la sórdida realidad que implica la red de prostitución en la Argentina (sabemos por investigaciones periodísticas que las chicas no sólo son secuestradas, sino que son drogadas, golpeadas, violadas). En cambio, la directora nos cuenta una historia donde lo peor es sugerido, donde lo importante es hacerle reflexionar al espectador hasta qué punto como sociedad permitimos que esto suceda. El foco está puesto en la liberación, y es precisamente metáfora de esto el título de la película: la mosca en la ceniza alude al truco de campo por el cual una mosca ahogada en el agua puede revivir si se la cubre de ceniza.
Realmente el contexto de estreno del film es importante, porque si bien la desaparición de personas en la red de la prostitución no tiene una relación aparente con los hechos acaecidos en la década del ’70 en la Argentina, pone en evidencia que estamos lejos de decir que nunca más estas cosas sucederán en nuestro país. Siguen ocurriendo, en democracia, y debido a que como sociedad lo permitimos.
Esta lectura del film es tan sólo un recorrido posible, quizá muy influenciado por lo vivido en una Plaza de Mayo que a 34 años del golpe, estaba repleta, donde la gente salió a la calle a reclamar no sólo memoria, sino verdad y justicia. Pero de cualquier manera, más allá de los hechos políticos que rodean la fecha de estreno, el film tiene una clara intención de alerta social, de remarcar la importancia de la educación, por un lado, y de la solidaridad, por el otro.