“La mosca en la ceniza” hace un recorrido por una de las miserias sociales más persistentes: la trata de personas y la prostitución en condiciones de esclavitud. La directora Gabriela David eligió acercarse a un tema complejo y urticante desde un punto de vista respetuoso, pero a la vez con una mirada impiadosa y lo hizo a partir de una información tomada de la realidad a la que dio forma de ficción en su segunda película.
Todo gira en torno a dos amigas de un pueblo. Las chicas, con una familia pobre y numerosa, son tentadas con la oferta hecha por una vecina para ir a trabajar como empleadas domésticas en Buenos Aires. Después de la ilusión y la posterior e inmediata decepción, apenas llegan, las espera una vida de prostitutas, recluidas en un antro y sin posibilidades de protestar.
La diferencia entre hacerlo y callar puede ser elegir entre la vida y la muerte. Una lo sabe y acepta su parte; la otra se niega y es golpeada y atada hasta que cambie de opinión. Es que tienen una deuda que saldar: los mil pesos que la entregadora recibió por cada una de ellas.
La película transcurre en un noventa por ciento en ese ambiente claustrofóbico que la directora supo transmitir sin subrayados, sólo con referencias a ese exterior que se sospecha a través de los vidrios sucios y los ruidos que llegan desde el exterior.
El único nexo real que tienen es José, el mozo de un bar, una muy precisa interpretación a cargo del rosarino Luis Machín, el cual introduce en ese ambiente enrarecido un poco de esperanza.
David se acerca con delicadeza a la fragilidad del destino de las dos chicas, entre las que se destaca el trabajo de Paloma Contreras, pero es realista a la hora de mostrar la crueldad de la que son objeto a través de un muy buen desempeño de Cecilia Rosetto como la encargada del lugar.
La directora delimita claramente el exterior del interior. Sin embargo no hace una diferenciación visual entre un ambiente interno lúgubre y un afuera luminoso donde debería estar la solución a los padecimientos de las protagonistas. Lo que ocurre en la calle, en la vereda o en el bar donde trabaja José parece ser tan siniestro como lo que se desarrolla en prostíbulo. Allí afuera nadie parece ser solidario con la desgracia ajena.
Sin llegar a convertirse en una película testimonial, el filme ofrece un fresco descarnado de un aspecto oscuro de la realidad, aunque con una pequeña y necesaria dosis de optimismo ante las injusticias atroces.