¿Quién mató a esa señora?
Buenas actuaciones y un logrado clima de misterio en un policial que peca de convencional.
En su segundo largometraje como directora en solitario, Camila Toker (actriz y codirectora de las dos partes de UPA! ) eligió contar un policial clásico: aquí hubo un asesinato y hay que descubrir quién lo cometió.
Al estilo de Twin Peaks, todo transcurre en un pueblo chico (Punta Indio) y un comisario de la ciudad cabecera del partido llega para investigar el crimen, topándose con policías locales ineficientes y una lista de sospechosos que, en este caso, está plagada de arquetipos. Empezando por el tonto del pueblo, sobrino de la difunta, y siguiendo por el hombre fuerte del lugar, dueño de gran parte de las tierras y jefe de un par de matones. También hay una “femme fatale” (la heredera de la estancia en la que vivía la muerta, que llega al pueblo con la intención de vender su propiedad) y un misterioso forastero (un brasileño que dice estar interesado en comprar una estancia en el lugar). Tampoco falta la tabernera chismosa y su extraña hija, que se expresa como un oráculo.
Por sus locaciones y sus personajes este policial rural tiene, además, un aire de western, subrayado por la música compuesta por Fernando Tur. Que sirve para reforzar lo más logrado de la película: el clima. Hay misterio, hay intriga, está la sensación de que algo está por pasar en cualquier momento. Un aporte fundamental para que esto ocurra lo hace la geografía del lugar: un ominoso paisaje ribereño, con sus zonas boscosas y descampados, con caserones decadentes por aquí y por allá. En síntesis, un escenario ideal para una historia de estas características.
Para darle credibilidad al asunto, también cumple correctamente su función el elenco surgido del teatro off, encabezado por un Luis Machín que vuelve a mostrar por qué lo convocan tan seguido -quizás a su pesar- para componer hombres desagradables y malvados. Toker y su coguionista, Anne-Sophie Vignolles, hacen los deberes y siguen las pautas del género al pie de la letra. Tal vez demasiado: a La muerte de Marga Maier le falta la audacia necesaria para salirse, aunque sea un poco, de los carriles convencionales y, así, establecer un código propio dentro de ese lenguaje conocido.