El bruto y el diamante.
La actriz y directora Camila Toker confiesa en la presentación de este opus su afición por las lecturas de novelas policiales de Raymond Chandler, además la curiosidad que despierta la mitología subyacente en todo pueblo, con esas historias arraigadas a las creencias como basamento de una manera de preservar secretos o relatos acerca de actos horrendos.
Policial a secas pero con aires de western son dos de las directrices que enmarcan La muerte de Marga Maier, fiel al ABC de todo relato donde aparece el cuerpo de la susodicha Marga gracias a la sudestada y a un río que parece no amedrentarse de esa letanía contagiosa, para remover viejas heridas del pasado sobre una galería de personajes que desfilan durante noventa minutos por la calesita de los sospechosos de siempre.
Gracias a la ficción y al despojo de toda exhibición realista, la historia fluye en su verosímil porque hay un policía que realmente investiga. Viene de otro pueblo y no está contaminado por el ritmo cansino de Punta Indio, espacio rural por excelencia que la cámara de la realizadora recorre en una inquietud que contrasta con la parsimonia de los lugareños o de los convidados de piedra, provenientes de otras tierras, tales como la heredera de la estancia Julia (Pilar Gamboa, excelente como siempre), el bruto o poco lúcido Jorge o Pelagatos (sorpresa de William Prociuk) o un extraño coleccionista de diamantes brasilero apellidado Reis (Ivo Muller), sin olvidar claro está al dueño del pueblo Don Alejandro, en la piel de un correcto Luis Machín.
Pareciera que en los pueblos chicos no hay burocracia cuando se trata de crímenes y esa pequeña ventaja repercute en la tarea del policía de a pie, en su oficio y paciencia para escuchar cada testimonio y hacer las cosas que se deben cuando se busca esclarecer la muerte de una supuesta víctima inocente, con un móvil débil detrás del misterio.
Camila Toker logra impregnar no sólo la atmósfera sino el ritmo pausado a una estructura narrativa donde la mirada está focalizada en los detalles de la puesta en escena y en la importancia de cada personaje (muy buenos secundarios de Mirta Busnelli y Anita Pauls) no por lo que dice o muestra sino por lo que oculta.
Tal vez el género policial es el mejor pretexto para desnudar las miserias humanas y en este caso la idea de maldición depositada en un diamante engarza perfecto con la ambición que siempre se paga mucho más caro de lo que realmente ofrece. La gracia de todo es que a la hora de definir quién vive y quién muere todos corren el mismo riesgo.