«¿Éstos, quién?» le pregunta Mario a Silvia con la intención de identificar a los sospechosos que su mujer señala a diestra y siniestra, y que menciona –cada vez más seguido– con algún pronombre demostrativo. La reducción lingüística es la quintaesencia del desprecio clasista que lleva por mal camino al matrimonio que Guillermo Arengo y Pelusa Vidal encarnan en La muerte de un perro del uruguayo Matías Ganz. La duda del veterinario ante la acusación de su señora es la última manifestación de cordura contra el avance implacable de esa paranoia «construida» en palabras de Raúl Zaffaroni.
Son lacónicos los personajes de esta tragicomedia sobre la tan mentada inseguridad. Acaso por eso los (escasos) parlamentos provocan un impacto contundente y conviven bien con otros recursos narrativos sonoros, por ejemplo el ringtone de los celulares que delatan inconductas de los esposos porfiados.
Ganz explota la legendaria parquedad uruguaya como lo hicieron Pablo Stoll y Juan Pablo Rebella cuando filmaron Whisky, Federico Veiroj con La vida útil, el argentino Adrián Biniez con Gigante, Daniel Hendler con Norberto apenas tarde y El candidato. Con esta última película, La muerte de un perro comparte el cruce entre elementos de dos géneros: el thriller psicológico y la sátira social.
La banda de sonido de Sofía Scheps y la fotografía de Damián Vicente y Miguel Hontou resultan fundamentales a la hora de recrear la sensación de peligro inminente que experimenta sobre todo Silvia. Vidal y Arengo se destacan a la hora de transmitir la transformación silenciosa y siniestra que experimentan sus personajes. Los acompañan con solvencia Soledad Gilmet, Lalo Rotavería, Ruth Sandoval y, a cargo de un rol pequeño, la siempre convincente Ana Katz.
La muerte de un perro constituye otro motivo para seguir prestándoles atención a los realizadores nóveles oriundos de la otra orilla del Río de la Plata. Al término de 2020 vale celebrar el descubrimiento de Ganz como en el BAFICI de 2019 el hallazgo de la autora de Los tiburones, Lucía Garibaldi.