Volver y dejar partir
Luego de Cómo funcionan casi todas las cosas (2015), Fernando Salem regresa con la transposición cinematográfica de Agosto, la célebre novela de Romina Paula, que aborda el tema del duelo y el arraigo a lo que ya no se tiene.
Emilia (Antonella Saldicco), una psiquiatra recién recibida, es visitada en Buenos Aires, ciudad en la que habita desde que se vino del sur, por el padre de su mejor amiga, Andrea, muerta hace tiempo, y la invita a participar de la ceremonia en la que se expandirán sus cenizas. Emilia regresa al sur y con ella un pasado que no puede dejar ir. Tal vez esta sea la oportunidad que tenga para comenzar de nuevo y dejar de mirar atrás.
Salem, que en su ópera prima apeló al realismo mágico, construye una historia de realismo fantástico sobre fantasmas que regresan del pasado –de manera literal- para abordar el duelo por la pérdida no solo física sino también afectiva que la distancia provoca. No desde una mirada nostálgica sino desde la insatisfacción de un presente de búsqueda interior. Emilia parece tenerlo todo y nada a la vez.
La muerte no existe y el amor tampoco está narrada desde el punto de vista de Emilia que desde su regreso es acompañada por el fantasma de su amiga muerta (Justina Bustos), como una mochila que no puede dejar en ningún lugar. Emilia se hospeda en la casa de los padres de esta (Osmar Núñez y Susana Pampín impecables como siempre), se encuentra con su antiguo novio (Agustín Sullivan), visita a su propio padre ausente (Fabián Arenillas), conoce a sus nuevos hermanos…Revisa, reprocha y regresa a su pasado, un pasado atado por nudos que la distancia y el tiempo han desgastado al punto de cortarse y que ese regreso le servirá para convencerse de que ya nada es real sino sólo una construcción de recuerdos idealizados.
Un viaje que se opone a la idea de iniciación, sino todo lo contrario, es lo que propone una historia que revisa desde la insatisfacción del presente un pasado idealizado que como las cenizas de Andrea el viento se llevará para no volver.