La segunda película del realizador Fernando Salem («Cómo funcionan casi todas las cosas»), se presenta como parte de la Competencia Argentina del 34 Festival Internacional de Mar Del Plata.
“Tanto libro, tanta película en los que todo se resuelve con amor, por amor. Donde el amor salva. Y acá, en el mundo real, en esto que reconozco como real, el amor no sólo no salva sino que ni siquiera es suficiente“.
(“Agosto”, Romina Paula, 2009)
No es fácil presentar una segunda película para un cineasta después de una exitosa ópera prima, así como puede suceder con una segunda novela en la producción de un escritor.
Fernando Salem, en su segundo filme (luego de un promisorio debut con “Cómo funcionan casi todas las cosas”), decide adaptar libremente la novela “Agosto” de Romina Paula, que justamente ha sido la segunda novela de la autora.
La elección de la adaptación que ha realizado junto con Esteban Garelli, es de por sí acertada. Si bien en este tránsito se modifica la primera persona que marcaba fuertemente el pulso de la novela y también hay algunos cambios en algunos detalles de los personajes secundarios, lo que sobresale en “La muerte no existe y el amor tampoco” es ese espíritu que toma Salem para armar un relato que resuena, en tono y en estilo, con su primer largometraje.
Emilia es una joven psiquiatra que ha logrado conseguir un trabajo en un hospital en Buenos Aires –más particularmente una institución neuropsiquiátrica-, después de haber dejado su pueblo natal, Veintiocho de Noviembre, para venir a estudiar a la “gran ciudad”.
En un pequeño alto en una de sus jornadas laborales la visita el padre de Andrea, su mejor amiga, quien le pide encarecidamente que vuelva al pueblo para poder estar presente cuando exhumen los restos de su amiga y procedan a la cremación.
Emilia, si bien duda en un principio, finalmente decide dejar por unos días a su novio, para viajar a la Patagonia y acompañar a la familia de Andrea en ese momento tan difícil.
Ella sabe que ese viaje es por un lado una despedida pero que inevitablemente, por el otro, producirá muchos reencuentros. No solamente con los propios padres y la hermana de Andrea, con los que compartirá unos días en su casa, sino que también visitará a su padre (ahora con una nueva familia y nuevos hermanos con los que Emilia prácticamente no tiene contacto) y aparece también su viejo amor, Julián.
Una amiga del pueblo que “saltó” de camarera a regentear un conocido bar del pueblo, le brindará algunos datos sobre Julián y despertará más aun la curiosidad de Emilia por reencontrarse con ese viejo amor que dejó “suspendido” desde el momento en que decidió emprender su viaje a Buenos Aires.
Salem logra escenas de una potente belleza en el sur argentino con el marco de la nieve recortando los personajes, y la presencia fantasmal de Andrea (con el rostro dulcemente delicado de Justina Bustos que transmite sin palabras todo lo que sucede en este momento de duelo, de despedida pero también de recuerdos y de complicidad) demuestra con creces la primera parte del título.
Para la segunda afirmación, Salem vuelve a poner en el centro de la escena a una protagonista femenina (como la Celina de “Como funcionan casi todas las cosas”) que se encuentra en una búsqueda de su propia identidad.
Una necesidad profunda, que quizás no se manifiesta tan conscientemente en Emilia, sino que va develándose poco a poco en este viaje introspectivo del que se irán desprendiendo pequeñas historias que van realimentando el relato.
Un viaje donde principalmente Emilia refuerza, casi sin quererlo, todas sus dudas, donde aparece esa clara sensación de incertidumbre no sólo en la mirada hacia el futuro sino en la construcción de este presente.
Nuevamente en “La muerte no existe y el amor tampoco” , Fernando Salem toca esa cuerda melancólica y emotiva que le permite construir una historia querible y de una enorme ternura.
Otro gran acierto del filme es la Emilia de Antonella Saldicco que sostiene un protagónico excluyente con el tono necesario para que la armonía que propone Salem con el texto de Paula se vea plasmado en pantalla.
Además de los mencionados trabajos de Saldicco y Bustos, hay un seleccionado de brillantes actores dando vida a los personajes secundarios con los que Emilia se vincula: Francisco Lumerman como su novio (a quien vimos recientemente en “Iniciales S.G.”), Agustin Sullivan como aquel fuerte amor de adolescencia que intentará revivir en este reencuentro y Fabián Arenillas como su padre (junto a Lorena Vega en una breve participación como su nueva esposa).
Se destaca, una vez más, la exquisita composición de Susana Pampín como la madre de Andrea, atrapada en ese dolor que la lleva casi a la locura pero del que ella misma se salva por su pulsión de vida y Osmar Nuñez como su esposo.
Salem vuelve a poner su marca personal dentro del universo femenino, de sus pequeñas heroínas en crisis y lo hace siempre con un acompañamiento amoroso, con una melancolía dulce y terapéutica, y contrastando con ese frío patagónico, dota a sus personajes de un calidez interior, que permiten en este segundo film, poder afirmar que ya los construye con un estilo propio, con su marca personal.
POR QUÉ SI:
«Salem vuelve a poner su marca personal dentro del universo femenino, de sus pequeñas heroínas en crisis y lo hace siempre con un acompañamiento amoroso»