El artista, sus fantasmas y su familia
Lino Pujía, hijo de Antonio Pujía, rodó una "ficción real". O viceversa.
Aunque su punto más sólido no sea el virtuosismo formal, La muestra tiene una cualidad poco frecuente en el (llamémosle) cine independiente argentino: alma. Y humor: otro elemento escaso, y mucho más cuando se trata de un filme centrado en un artista plástico del prestigio de Antonio Pujía.
En esta película, su hijo Lino hizo -las palabras son de él- "una ficción documentada". Creó una historia en base a la realidad, con cada personaje, todos familiares suyos, haciendo de sí mismos. En el centro, el escultor deprimido por las infinitas dificultades para organizar una muestra (si Antonio Pujía tiene tantas barreras, imaginemos lo que ocurrirá con el resto). A su alrededor: desdén, materialismo, círculos cerrados. Y las reacciones de los seres queridos: pena, bronca, preocupación, resignación o búsqueda, amor y también celos.
El realizador hace dialogar a la música con las esculturas y así marca tempos y estados anímicos. Por momentos, salta del registro documental a la caricatura. En resumen: casi todo lo que el nuevo manual de cine, el que vino a oponerse al antiguo, desaconsejaría. Felizmente, Lino Pujía se libra de normas, solemnidades y apuesta a la calidez humana y la desacralización, en pequeña escala cinematográfica. Y así narra una historia sencilla, cargada de significantes, que no por simples son obvios.
Algunos pasajes evidencian la puesta precaria detrás de personajes que no fingen no estar actuando. Pujía se divierte: juega con estos artificios. Por último, en La muestra se filtran instantes de verdad, ternura, empatía. Tan lejos del populismo demagógico como del esnobismo críptico. Tercera posición, podríamos decirle.