La jauría de los suburbios
La Sala Lugones se ha convertido desde su reapertura en uno de los últimos refugios para el cine argentino más independiente y arriesgado. Ahora es el turno de un estreno por tiempo limitado (28 funciones en una única semana) de esta película codirigida por Laura Citarella (Ostende) y la aquí también protagonista casi absoluta, Verónica Llinás, que se presentó con muy buena repercusión en festivales como Rotterdam y el Bafici porteño (premio a mejor actriz).
Llinás interpreta a una mujer que (sobre)vive sola en una más que precaria choza en los suburbios de Buenos Aires acompañada por una docena de fieles perros (también pululan otros animales e insectos). No sabemos casi nada de ella, ya que vive lejos del progreso y la sociedad de consumo, perdida en una suerte de no-tiempo y de no-lugar. En principio casi no hay diálogos en el film y apenas un par de visitas a la ciudad (se rodó cerca de Moreno) para, por ejemplo, atenderse en un centro de salud, donde le recomiendan una vida menos sedentaria. Si la soledad y la incomunicación son los ejes de esa primera mitad, en la segunda -a partir de un encuentro con una amiga o de la aparición de otros personajes humanos- la película tiene algunas mínimas sorpresas y revelaciones.
Llinás establece una íntima relación con esos perros del título (verdaderos coprotagonistas del film y fundamentales para la credibilidad del relato), mientras la cámara observa a prudente distancia, sin invadir ni manipular, pero siempre atenta a registrar todo lo que pueda producirse en esa constante interacción con los animales. Los planos secuencia y los planos generales (panorámicos) son las herramientas preferidas a las que las realizadoras apelan para narrar esta historia sobre una mujer desamparada (física y emocionalmente), pero que apela a una singular forma de sobrevivencia lejos de las convenciones y consensos sociales. El largo plano final, con algo del cine de Abbas Kiarostami y el Carlos Reygadas de Luz silenciosa, es imponente.
Película construida con enorme paciencia, rigor y perseverancia (transcurre a lo largo de un año, con las cuatro estaciones como sendos capítulos), La mujer de los perros se sostiene en la presencia física y gestual de Llinás, en la fotografía vistosa pero jamás ostentosa de Soledad Rodríguez, y en el inteligente uso de la banda sonora con beats electrónicos de Juana Molina. Una propuesta que probablemente irritará a ciertos defensores del cine "narrativo" clásico, a los cultores de lo tradicional. Una obra bella y triste a la vez, austera, melancólica y a su manera también lírica. Un film -como su protagonista- a contracorriente de lo habitual. Una mirada muy particular y, por todo eso, decididamente valiosa.