Lo valioso de esta película es que logra algo bastante complicado si se tiene en cuenta el eje del relato. Hablamos de un film donde abundan los planos fijos, y así vemos casi todo el tiempo cómo una mujer que no habla vagabundea con sus perros: la experiencia podría ser un auténtico fiasco, tan aburrido como insoportable. Pero no, la cámara logra meternos cada vez más e intrigarnos acerca de cómo hace esta mujer para sobrevivir en pleno aislamiento social a un mundo tan hostil, donde miles de artículos de consumo se transformaron en productos de “primera necesidad”.
Esto es gracias al notable trabajo interpretativo de Verónica Llinás, que si bien no habla con palabras, su lenguaje no verbal está a disposición de todos nosotros. La mujer “cartonea”, roba, come, hace sus necesidades, se las arregla para sobrevivir; y esto que parece obvio, el film lo presenta como un eje central en el conflicto de la historia.
Estructurada en cuatro segmentos, uno correspondiente a cada estación del año, esta mujer y sus perros nos dan cátedra de supervivencia, aunque por momentos se torne un poco largo el relato. La fotografía es impecable: refleja los climas, el paisaje rural y urbano y el ánimo de una protagonista que parece una “loca”, aunque en realidad no sabemos nada del motivo de su elección de vida. Estamos ante una historia distinta -calma pero profunda- que nos retira toda ansiedad externa para adentrarnos en la vida de este personaje que termina resultando muy querible.