No alcanza con la dedicación de Verónica Llinás
Por el partido de Moreno, si la vista no nos engaña, camina sin apuro ni destino concreto una mujer rodeada de perros. Todavía joven y fuerte, vive en una covacha llena de bolsas, descansa en el suelo, se las arregla malamente para comer y darle algo de comer a toda la jauría. Rara vez se separa de los animales, o entabla mínima comunicación con otro ser humano. Un día va al médico y luego se detiene apenas un momento frente a unas pavaditas que quizá le traigan recuerdos. Después sigue en lo suyo. Diógenes moderna, no habla, no sufre, parece que estuviera pensando algo, quién sabe qué cosa. Así pasa un año largo, pasa la vida, pasa la película, que encima dura más de una hora y media. ¿Y la historia? Como diría Carlitos, ésa es la aneda.
Eso sí, la fotografía de Soledad Rodríguez es agradable, con unos planos generales de mucho verde y harta calma, y la dedicación que le pone Verónica Llinás, protagonista absoluta y codirectora, es digna de respeto. No tanto el cúmulo de elogios de la crítica snob, pero, en fin, hay gustos para todo.