EL FIN DE LA INOCENCIA
A fuerza de cambios necesarios y desgracias inevitables -como el alejamiento de Zack Snyder de Liga de la justicia por una desgracia familiar y su reemplazo por el aclamado Joss Whedon- el universo cinemático de DC va tomando un rumbo más definitivo. Más allá del éxito comercial dispar y las críticas lapidarias hacia las producciones anteriores que comenzaron a presentar a su staff de héroes (Superman y Batman, mayormente), la falta de un rumbo consistente y la dependencia excesiva de los logros de sus competidores y mirada de sus detractores, hicieron que el estudio fuese una fuente de burlas recurrente, basadas en la sucesión de decepciones. Desde la oscuridad, sordidez y desaturación impuestas en la imagen de héroes otrora brillantes como Superman -herencia de interpretación muy libre del Batman de Nolan-; pasando por los conflictos con resoluciones irrisorias -como la coincidencia de nombre entre las madres de los dos héroes insignia que resuelve una pelea-; y terminando con la fallida versión de un escuadrón de criminales que intentó plagiar el humor de sus competidores de Marvel, el estudio y uno de sus directores y guionistas responsables designados como lo es Snyder no lograron al momento una imagen contundente para atraer a un público más allá de una base de fanáticos cautivos. Pero la luz de esperanza para el cambio necesario llegó finalmente con el lucimiento de Gal Gadot como la Mujer Maravilla en Batman Vs Superman y luego la incorporación de Patty Jenkins (Monster) para su film en solitario y el que servirá de presentación del personaje.
Gadot se ganó a la platea de manera sobrada en su primera aparición y logró que quienes asocian tanto al personaje con la actriz que le dio entidad a su imagen televisiva, Lynda Carter, se rindan ante el carisma de la actriz israelí sin caer en comparaciones odiosas. Dado ese paso, sólo faltaba ver qué podía hacer Jenkins con el personaje sin convertirlo en un panfleto en exceso feminista.
Y llegó el día de comprobarlo; la historia nos ubica en el presente, en momentos en los que Diana Prince se ve forzada a recordar cómo fue que llegó a convertirse en una superheroína a través del tiempo y desde que partiera de su amada Temiscira. Así es que en un flashback -que abarca la película entera-, nos vemos inmersos en la infancia de Diana y en su preparación a manos de su madre (Connie Nielsen) y su mentora (Robin Wright) para enfrentarla a un futuro incierto y con la esperanza de que no descubra el secreto sobre su verdadero origen. Ya en la adultez, la joven, convertida en una experta guerrera, recibe la visita inesperada del espía norteamericano Steve Trevor, con quien comenzará una relación basada en el objetivo de terminar con la guerra y matanza de inocentes en el mundo que jamás conoció antes, yendo contra toda orden y advertencia de la reina madre.
Mujer Maravilla es tan clásica como innovadora en algunos aspectos: el feminismo está muy presente, pero no de una manera agresiva, sino muy bien construido desde la perspectiva de quien no conoce el mundo de los hombres ni cómo se manejan, y a pesar de eso tiene sus valores muy firmes a los que no piensa renunciar. En la isla amazona Temiscira sus habitantes siempre fueron mujeres y se muestra esa comunidad como un grupo que se desempeña y defiende sin necesitar al otro sexo, gracias a un método de procreación que si bien no se explica claramente, es de origen divino. Por tal razón el mundo exterior se le presenta a Diana como carente de lógica en la relación entre pares de distinto género -y sobre todo en la primera mitad del siglo pasado-, algo que se hace patente en pequeños chistes como en el que la secretaria de Trevor le explica en qué consiste su tarea y ella lo describe como “esclavitud”.
La princesa también se ve obligada a interceder en cada pequeño acto de injusticia -algo problemático en plena guerra-, lo que causa los mayores problemas con su compañero, mucho más pragmático y enfocado en el objetivo final, pero ayuda a que surja como la mujer poderosa y dotada que se supone que es. Y esa escalada y evolución no se detendrá hasta que esté más y más cerca de la verdad que le fue negada, a lo largo de batallas que parecen finales y sólo son el preludio de otra más espectacular.
Las escenas de acción están rodadas de manera impecable, aunque se abusa de las bondades de la post-producción y del slow-motion, que a veces convierte al alter ego de Diana Prince en la protagonista de un comercial de shampoo. También resulta algo molesto el recurso de los saltos al cielo que da el personaje, que parece no haber sido desarrollado con la mayor pericia y recuerda a aquellas peleas del Neo digital de la trilogía de Matrix, algo bastante reprochable dada la precisión que sabemos que puede lograrse hoy. Más allá de eso, la épica en las batallas emociona y la interpretación de Gadot logra que sea todo mucho más creíble. Ayuda su química y complicidad con Trevor (Chris Pine), otro multitareas cuya naturalidad facilita la empatía y hace querible a la pareja. Los villanos (hay más de uno) cumplen su función de balance y también sus niveles de maldad e importancia, al estilo de un videojuego.
Wonder Woman es profundamente clásica en su narración, para nada compleja y fiel reflejo de la historia que le dio origen, pero también aprovecha para criticar la discriminación y la desigualdad de manera inteligente. Tiene moralejas, historias de redención, un eje romántico pero por sobre todo, un aprendizaje, el de Diana, la princesa guerrera que comienza a descubrir en su salida de la isla las complejidades del mundo exterior.
Y nosotros la descubrimos a ella, que viene a nivelar tanta testosterona en los héroes conocidos y a maravillarnos con el resurgimiento de un personaje que parecía irremplazable. Y si creen que miento, me someto al lazo de la verdad, que también existe como el escudo de Diana, tan fuerte como el del Capitán América pero no diseñado por Tony Stark sino por los mismos dioses del Olimpo.
Punto para DC, al fin.