Hay dos estrenos en cartelera a los que se les podría adjudicar un parentesco en cuanto a su necesidad de tomar un hecho real histórico, obviamente de nicho político-social, y contar de forma amena -y hasta evasiva, si se quiere-, los derroteros complejos a los que alude. Esas películas son Argentina, 1985 y La mujer rey, que apuntan con buenas intenciones la necesidad de entablar un contacto emocional con el espectador cubriendo acontecimientos de tales magnitudes. Argentina, 1985 no nos compete aquí, pero sí podemos reflexionar sobre la no muy interesante La mujer rey, film de empoderamiento femenino y opresión social.
El film está Inspirado en un hecho histórico sucedido entre el siglo XVI y XIX, acerca de un reinado que luchaba por derrotar la esclavitud en épocas de colonialismo en su mayoría Europeo. Empleaba un ejército de mujeres amazonas -conocidas como las Agojie-, para ir a la batalla en los sangrientos enfrentamientos contra el imperio Oyo, responsable de vender a los franceses o portugueses los esclavos que conseguía de los Dahomey. La respetada general Nannisca (Viola Davis) jura eterna lealtad a su rey y reinado, por lo cual se gana la posibilidad de convertirse en La Mujer Rey: algo así como la mayor consagración, un honor casi místico dentro de los valores de los Dahomey. Nannisca ve en una joven recién iniciada en el ejército de las Agojie un potencial inaudito, por lo que entablará una relación particular antes de salir a pelear.
La mujer rey es una película fallida. Primero, porque sus intenciones, más allá de ser buenas, se pierden en una avalancha de diálogos subrayados y para nada sutiles sobre el empoderamiento femenino, al punto de volverse aleccionadora. En segundo lugar, porque la textura es demasiado limpia, demasiado “película Made in Netflix” (que no lo es, aclaro, pero su factura es muy similar). Su estética correcta, lavada, casi rozando la abyección, la alejan de su enfoque sobre los horrores que intenta denunciar. Hay violencia, sí, pero por dar un ejemplo, la sangre parece casi siempre estar relegada al fuera de campo. ¿Se imaginan esto a cargo de un salvaje y bárbaro como Mel Gibson? Se podría decir entonces que a La mujer rey le faltan ovarios. No todo se puede reducir al mero discurso ya mencionado, encadenado a un par de peleas entre mujeres y hombres. No hay verdadero poder en su construcción: las líneas de diálogo obedecen justamente a las batallas entre hombres y mujeres, evitando las ambigüedades y otras connotaciones más profundas. Todo esto, sin mencionar su conservadurismo y la asexuada forma de captar a sus personajes, siempre haciendo del cuerpo desnudo o de la violencia un cúmulo de decisiones estéticas morales. Se puede ver una violación (porque conviene al argumento), pero no se permite la decapitación en cámara.
En el film no parecen existir mayores peligros que los hombres malos (acá no hay mujeres malas; alguna que sea envidiosa sí, pero nada más), los cuales son nombrados reiteradas veces por si algún espectador medio distraído no entendió el discurso de la película. Tampoco tiene en cuenta que el conflicto se desarrolla en África, continente salvaje por cientos de razones, incluyendo la caza indiscriminada e ilegal o la misma fauna de la zona. Esto le sirve a la directora para poder hacer énfasis en un sólo tema, que se agota a medida que el relato se va desarrollando.
Tal vez el peor pecado de La mujer rey es la narrativa telenovelesca, con algún giro forzado en su historia para emocionar (claramente sus intenciones son esas y poco más) y que va ganando y transformando al relato en una especie de épica de evasión involuntaria, opacando así el conflicto político de a ratos.
Si bien en sus más de dos horas no deja jamás de entretener, la película va perdiendo impacto gracias a la mayoría de sus decisiones argumentales. Sin mencionar que los caricaturescos villanos parecen salidos de La momia de 1999, haciendo que la historia roce el maniqueísmo menos sutil. En esa chatura argumental, donde se escamotea cualquier tipo de metáfora o símbolo, se toman el atrevimiento de emplear mal una simetría que de haberse utilizado inteligentemente, habría mejorado la puntería. Pero ni eso. Sólo quedan un par de buenas peleas coreografiadas, una Viola Davis que molería a trompadas hasta al Depredador y un par de momentos inspirados que al menos no nos dejan cabecear entre tanta línea de diálogo alegórica y sin matices.