"La mujer rey", alegatos en pantalla
Con el contexto de una tribu de un estado africano del siglo XIX, el film parece más pensado para cubrir cuestiones de agenda política actual que para dedicarse a narrar una historia.
En noviembre de 2020, la plataforma Flow estrenó Antebellum, una de esas películas hechas con la idea de puntear la mayor cantidad posible de temas preponderantes para la corrección política contemporánea. De allí que su relato fuera de la violencia racial al alegato antisegregacionista, para luego aterrizar en un incendiario llamado al empoderamiento femenino, no sin antes darse una vuelta por el suspenso. Pero los directores Gerard Bush y Christopher Renz tenían un mínimo interés por el lenguaje audiovisual, manifestado a través un registro visual estilizado al punto de hacer de cada imagen un cuadro impresionista. El resultado fue amores ciegos desde una tribuna y odios viscerales desde la de enfrente, una polarización que difícilmente ocurra con La mujer rey, otra película que incluye en su ADN la voluntad de reivindicar cuanta causa noble haya dando vueltas, con la diferencia de que aquí no hay atisbo alguno de riesgo, de ideas que vayan más allá del profesionalismo formal de la industria de Hollywood.
andan muy bien. Adoradas por la comunidad y respetadas por un rey (John Boyega) al que más de una vez le sacaron las papas del fuego, las agojie entrenan en un lugar apartado al que cada tanto llegan jovencitas para unírseles.
Una de ellas se llama Nawi (Lashana Lynch) y fue llevada por su padre luego de negarse a un matrimonio arreglado, un hecho que le hace sumar sus primeros porotos con Nanisca aunque, en el primer entrenamiento, no pueda hacer siquiera un nudo. Quince minutos después, con Nawi revoleando armas, aguantando el dolor y colgándose de las paredes con la sabiduría de una experta, habrá uno de esos giros de guion sacados de la galera con la única finalidad de a) tildar otro ítem de la agenda y b) reforzar el vínculo de Nanisca y su discípula. Un vínculo muy funcional para lo que viene, que no es otra que la ofensiva “oyista” y la inevitable revancha, pues la Ley de Talión no conoce de tiempos históricos ni fronteras culturales.