Si quieren tomar esta película como un film de aventuras y acción, se van a divertir con las batallas, las coreografías y cierto aliento épico. También con la parte melodramática (hay relaciones amorosas complicadas y un drama telenovelesco de madre e hija). No busquen rigor histórico: las heroínas que aquí luchan contra el tráfico de esclavos, en la historia real lo protegían (Dahomey esclavizaba reinos vecinos y vendía a los cautivos a los portugueses). Pueden encontrar, además, todo el credo woke posible y un pueblo africano de una prolijidad y arquitecturas precursoras de Wakanda -e igual de existente. No nos desviemos: como película épica y de acción está muy bien y Viola Davis es la mejor traducción posible de Rambo a los imperativos actuales de corrección política. El verdadero mérito del film consiste en que nos olvidemos de su “blackwashing” y nos concentremos en la próxima escena de aventuras. Lo que, dicho sea de paso, confirma que el didacticismo es menos importante de lo que parece: una película nos atrae y conmueve no por lo que dice del mundo en el que vivimos sino por esas ideas antiguas y latentes (el hombre -o la mujer- en peligro, la lucha franca, el viejo cuento de David y Goliat, el amor) grabadas en nuestra memoria imaginaria.