Mujer al borde de un ataque de nervios
Avalada por el premio a la mejor dirección en la pasada edición del Festival de Cine de San Sebastián, decisión por cierto muy protestada por parte de la crítica que no entendió como una propuesta tan aséptica se encumbrara por delante de otros trabajos mucho más convencionales, llega a las carteleras argentinas La mujer sin piano, de Javier Rebollo.
De entrada no está de más advertir a los espectadores que acudan a ver la película de que se trata de un plato bastante difícil de digerir; su ritmo paulatino, sus casi inexistentes diálogos y su desnuda puesta en escena pueden provocar más de un abandono en la sala, sobre todo si no se sabe qué tipo de película se va a ver.
Al igual que autores como Lisandro Alonso o Isaki Lacuesta, por poner dos ejemplos referenciales en el que se puede incluir a Rebollo, se busca en cierta manera poner a prueba la paciencia del público a base del estaticismo y el hieratismo actoral. Aquí, la acción brilla por su ausencia, y la proeza más atrevida de la heroína del film es beberse sin pausa tres copas seguidas de coñac.
Es necesario destacar a su vez que nos encontramos ante una apuesta arriesgada y valiente. Carmen Machi, la protagonista absoluta de la función, es una conocida cómica de la televisión española que ha triungado en series como 7 vidas o Aida, dando vida a una mujer coraje que es un auténtico terremoto verbal y físico.
Rebollo se atreve a despojarla de todos los aspectos que la han aupado a la fama y la somete a una especie de tercer grado donde no le permite ni un aspaviento ni una voz más alta que otra. Y Carmen Machi nos deslumbra con un conjunto mínimo, pero increíblemente eficaz.
Nos encontramos con una mujer desencantada de la vida, un auténtico punto y aparte que es obviada tanto por su familia como por una sociedad que la repele y ningunea. Su rutina es tal que una noche decide coger una maleta y marcharse a conocer el mundo, aunque ese nuevo universo tan sólo sea una estación de autobús medio vacía o el bar de la esquina. Su aventura será corta pero muy intensa: conocerá a un polaco buscado por la policía, recorrerá todos los establecimientos que siguen abiertos hasta altas horas de la noche, y finalmente se dará cuenta de que necesitaba aislarse para poder encarar el nuevo día a día, cargado de costumbrismos y repeticiones.
Si urgamos un poco en las diferentes capas que nos ofrece el film (y conseguimos no sucumbir a los cantos de sirena que en ocasiones nos invitan a quedarnos dormidos en la butaca), veremos que actúa de manera sobresaliente como metàfora de la más rabiosa actualidad, en un mundo completamente esterilizado donde el control de la persona se ha convertido en ley (cámaras por todos lados, presencia policial contínua...), denunciando así las políticas promulgadas por el poder supremo de la globalización.
También es elocuente la crítica hacia la actitud consumista de la gente (el desconocido polaco se dedica a reparar aparatos electrónicos que la gente tira de forma indiferente) o la progresiva despersonalización de los trabajadores que atienden en los puestos nocturnos ( y que en ocasiones parecen más robots que humanos).
Un punto extraño que también ha suscitado encendidas discusiones es la utilización que aquí se realiza de la banda sonora. Tan poderosa como confusa, adquiere tintes surrealistas para que se pueda percibir desde una nueva perspectiva, creada para la libertad y grandeza. Sin duda, uno de los mayores aciertos del film.
En definitiva, ante el aplauso que ha suscitado entre la crítica más engolada, quien asegura sin pudor que algo se está moviendo en el cine español (ya me dirán qué) y el rechazo absoluto de quien no entiende absolutamente nada, quien escribe opta por un término medio. La mujer sin piano ni es una obra encumbrable ni desdeñable, aunque sí muy, muy diferente del resto.