Sombrío after hour madrileño
La primera escena de La mujer sin piano marca el tono y el estilo de relato elegido por el director Javier Rebollo (Lo que sé de Lola) para su segunda película. Una pareja, de espaldas a cámara, hablando de cuestiones cotidianas entre voces monocordes y preguntas y respuestas monosilábicas. También, silencios.
Se trata de Rosa (Carmen Machi, brillante) y su esposo taxista, una pareja sumergida en la rutina que mira mala televisión e informativos que anuncian la invasión a Irak. Pero Rosa emprenderá un viaje nocturno y provista de una valija recorrerá un Madrid que no aparece en las imágenes turísticas y en las publicidades de una ciudad del Primer Mundo (¿o ex?). Transitará estaciones de trenes casi vacías, personajes solitarios y de mirada perdida y bares de ínfima categoría. Hasta descubrirá la frialdad y el nulo altruismo de empleados burocráticos, se asustará con unos jóvenes provocadores y conocerá a un outsider de origen polaco que tiene cuentas pendientes con la ley. Rosa sale de su aburrida vida y se maquilla de manera circense, transmitiendo una actitud fantasmagórica para afrontar la noche madrileña que desconoce y recorre a solas por primera vez.
Rebollo narra con tempos lentos y parsimoniosos, observa con detenimiento los mínimos detalles de una ciudad gris, sin sonidos altisonantes, sin apresuramientos, en hora de descanso, levitando, casi muriendo. Algunas pinceladas de lectura política contextualizan la travesía de una mujer casada que afronta un after hour minimalista, inasible, donde el espectador -como ocurre en este tipo de cine de riesgo- recibe la información sólo necesaria, sin subrayados, de manera parcelada y nunca explícita. Con decisiones estéticas que abrevan en la filmografía del finés Aki Kaurismäki (El hombre sin pasado), La mujer sin piano manifiesta que no todo el cine español proviene de las ideas de Almodóvar.
Un aspecto curioso: la película de Rebollo, filmada en 2009, puede verse en estos días como el retrato previo de un país que al poco tiempo dejaría de ostentar su arrogancia primermundista.