Ama de casa aburrida, espectadores también
Cansada de la monotonía familiar, la mujer de un taxista se calza una peluca que la deja tan fea como si no la usara, toma una valija, camina en la noche hasta la estación de ómnibus, que está cerrada, se da unas vueltas, bebe algo, le da al pucho, se cruza con gente diversa, y vuelve al hogar. Esa es la historia que aquí se cuenta, y que, con las variantes propias de cada época, debe ser casi tan vieja como el matrimonio. Claro que hay formas y formas de contarla.
En un episodio de la vieja comedia de Fernando Ayala «Sábado a la noche, cine», una mujer harta de soledad y desatención abandona el nido conyugal, va al aeropuerto, sube al avión, y no se escapa solo porque el vuelo resulta cancelado. Vuelve, llena de angustia, y el marido no se enteró de nada, él mientras tanto se había ido a ver una de cowboys. Escena graciosa y amarga, contiene toda la emoción que a ésta le falta.
Esta, en cambio, contiene una interesante serie de recursos estéticos. Si se la ve fragmentada, pueden advertirse varias lecciones de estilo, harto respetables. Caben acá los elogios a la composición de planos, la luz nocturna, el sonido bien trabajado, la actuación de espaldas a la cámara y el manejo del «fuera de campo» creando cierta intriga en el público, que quiere saber lo que ocurre fuera de su vista. Claro, hasta que se cansa y dice «qué puede ocurrir fuera de mi vista, si en pantalla no pasa nada». Pensamiento que puede surgirle, digamos, más o menos a los diez minutos de empezada la proyección.
Protagonista, Carmen Machi, actriz de reparto en algunas de Almodóvar, cómica exitosa de la televisión española, aquí reducida a la mínima expresión, solo una figura móvil en el encuadre. Por suerte tiene una mirada bien expresiva. Coprotagonistas, Jan Budar, checo en rol de polaco indefenso que perdió algún tornillo, y Pep Ricart en rol de marido de historieta. Como para figurar en la foto, la patiflaca Inés Stoffel vestida de mujercita de la calle, y algunos otros figurantes. Autor, Javier Rebollo, un formalista de grandes conocimientos que ya había aburrido a mares en la muy estilizada y estirada «Lo que sé de Lola», y ahora acaba de filmar una road movie en Argentina, «El muerto y ser feliz», que al menos tendrá, cabe suponer, imágenes preciosas de un viaje desde Buenos Aires a la Puna.
Es lo que corresponde esperar. En cuanto a diálogos y progresión dramática, resultará ilustrativo esto que escribió el propio Rebollo en sus apuntes de trabajo para «La mujer sin piano»: «Voy a rodar la secuencia 36, por ejemplo, y abro el guión al azar y voy combinando diálogos de una secuencia con diálogos de otra. Y te aseguro que, de cada diez veces, en cuatro aparecen cosas maravillosas. Algunos de los diálogos mejores han salido de este cadáver exquisito». Como quien dice, a confesión de parte, relevo de pruebas.