Viejos son los trapos.
Clint Eastwood vuelve a ponerse delante y detrás de cámara con un drama candente inspirado en un hecho real, contando una historia profunda, de esas que al director le fascinan tanto, y que bien podría estar en la misma línea que Gran Torino.
Earl Stone, un hombre ya entrado en sus ochenta que dedicó toda su vida al negocio de las flores, se encuentra en la ruina y a punto de perder su casa, hasta que le llega la oferta de transportar drogas en su camioneta, de una ciudad a otra, para un cártel mexicano. Si bien los problemas financieros le disminuyen, los problemas con su familia se acrecentarán debido a sus años de ausencias.
El director se pone en la piel de otro personaje atribulado por angustias típicas del ser humano, siempre con su mejor estilo y su vasta experiencia. El protagonista es solo un hombre que quiere vivir a su manera, con todo el peso de la responsabilidad que eso conlleva siendo padre de familia, hasta que finalmente todo encauza hacia esos desenlaces a los que Eastwood nos tiene tan acostumbrados, donde el deber y el tiempo ponen todo en su lugar.
Utilizando la ironía que lo caracteriza, el director logra que su personaje atraviese todas las emociones habidas y por haber, hasta llegar a un callejón sin salida, donde el suspenso va in crescendo y el drama alcanza su punto máximo a medida que el metraje avanza. Su Earl Stone es de esos viejos que aparentan ser queribles y entrañables, pero a medida que se los va conociendo, muestran esos claroscuros tan inevitables que llevan al espectador hacia ese dilema de sucumbir ante la empatía o la aberración. A la vez, los personajes secundarios acompañan de manera correcta, creando ese mundo que el anciano supo construir y destruir en un abrir y cerrar de ojos, donde la cotidianeidad se funde con la extrañeza de cruzarse con las personas equivocadas.
La destreza narrativa que logra en cada plano, los instantes de tensión y los momentos de reflexión que hacen crecer al protagonista de manera contundente son una prueba más de que Clint Eastwood es uno de esos directores que dejan huella ante cada estreno. Una montaña rusa de emociones para cualquiera que se deje llevar por las historias comunes de una eminencia del cine.