Mirar la ciudad
Se habla mucho y desde hace años del desbarajuste edilicio de la ciudad de Buenos Aires. Faltan políticas oficiales, faltan iniciativas privadas que consideren algo más que el puro negocio y falta conciencia en la ciudadanía, quizás el aspecto más problemático. Si la sociedad porteña estuviera interesada en serio en esa discusión, probablemente las cosas serían diferentes. La multitud es un buen aporte en ese sentido. Con las herramientas del documental de observación que nunca supone neutralidad, aunque a veces la simule, Martín Oesterheld mueve una ficha en un tablero que está demasiado quieto. Montando con un ritmo pausado planos generalmente fijos de dos obras faraónicas que quedaron truncas la Ciudad Deportiva de Boca que soñó Alberto J. Armando y la gigantesca torre espacial del parque Interama, Oesterheld va sugiriendo un orden posible para un rompecabezas que el espectador debe completar con la información previa que tiene de esos proyecto o con la que se vea impulsado a conseguir con posterioridad. Los planos son de una belleza notable excelente el trabajo de fotografía de Guillermo Saposnik, pero evitan el esteticisimo: no son bellas fotografías de un paisaje urbano, sino planos con una inquebrantable potencia dramática, planos que cuentan y estimulan la imaginación. Como condimento de esa apuesta cinematográfica rigurosa aparece el esbozo de una historia de inmigrantes rusos. Es apenas un matiz que ayuda a reconstruir la historia reciente de una ciudad que está viva, aún con todas sus cuentas pendientes. La simple contraposición de las torres de Puerto Madero con las del populoso barrio de Lugano dice más que mil discursos encendidos. Con La multitud , Oesterheld ha filmado su propio resumen porteño, se ha anotado con esta película concisa, efectiva y emocionante en una tradición muy rica que, con distintos puntos de vista y diferentes poéticas, han transitado el Flaco Spinetta, Hugo Santiago y su propio abuelo Héctor, el inolvidable creador de El Eternauta .