Crónica de la Argentina que nunca fue
Varios films nacionales de los últimos años se ocuparon, con mejor o peor suerte, de escudriñar audiovisualmente distintos espacios geográficos de la Ciudad de Buenos Aires y sus alrededores. Basta recordar, sin ir más lejos, la notable Hacerme Feriante (sobre la imponente Feria de La Salada), Centro (con eje en ese espacio nodal de Buenos Aires), Un día en Constitución o incluso la polaca Boxeo Constitución para comprobarlo. En esa línea se inscribe La multitud,
Estrenada en una de las secciones paralelas del último Bafici, la ópera prima de Martín Oesterheld se propone establecer un diálogo entre la Ciudad Deportiva de La Boca y el Parque de la Ciudad, dos predios que tuvieron sus años de gloria un par de décadas atrás y que hoy lucen un estado deplorable. Siguiendo esa premisa, el nieto del autor de El eternauta comienza ilustrando ambas geografías con una serie de planos fijos, muchos de ellos de indudable potencia visual (el camión humeante es digno de Reto a muerte), en los que establecen las coordenadas geográficas del relato: allí se verán, entre otras cosas, el particular sub-mundo alrededor de Puerto Madero y el abandono crónico de aquel sueño de magnificencia que fue la Torre Interama. El contraste es aún mayor cuando se vean fotos de la felicidad perimida durante los días de esplendor.
Sin embargo, Oesterheld redobla la apuesta. Como si no confiara en la observación si se quiere etnográfica, intenta justificar la elección de ambas locaciones con una pareja de hermanos (¿ficticios?) emigrados del este europeo que viven, claro está, en una villa del sur de la Ciudad y Villa Lugano. Decisión que patea a en contra del film, ya que en esos momentos se detiene el procedimiento habitual, dejando al espectador con la sensación de seguir conociendo aquellos emblemas de una Argentina que siempre quiso ser y nunca fue.