Ruinas de una Argentina faraónica
Documental de observación, se limita a mostrar la actualidad que circunda a dos predios marcados por una frustrada manía de grandeza: la Ciudad Deportiva de La Boca e Interama. Lo hace de manera cruda, sin excesos visuales ni narrativos.
Hay dos clases de documentales de observación: están los que parecen producto de la fiaca (“aprieto play y dejo la cámara, a ver si pasa algo”) y los que mueven a observar, a partir de una observación previa. El realizador encuentra algo que le llama la atención, lo investiga durante un tiempo y luego pone al espectador en la misma situación en la que él estuvo antes. En situación de campo, frente al hecho en crudo y sin proveer los datos que la propia situación no provee. Si quiere tener el cuadro completo, el espectador deberá hacer lo que el realizador hizo antes: investigar, por otros medios, las razones, condiciones y contexto de ese hecho, usando el documental como disparador, como choque con lo real que despierta interrogantes. En el estricto rigor con que aplica estos principios (a veces excesivo, quizás), La multitud puede ser tomada como ejemplo modélico de esta clase de documentales.
Documentales como éste hallan su forma a partir de la exclusión. Exclusión de toda clase de intervención que no se reduzca a la gramática cinematográfica básica: encuadres mudos, duración y sentido del plano, fotografía encarada en términos dramáticos, montaje que apunte a un sentido. Todo hiperconcentrado: La multitud dura sólo una hora. Su objeto son dos construcciones abandonadas, dos espacios distantes que el film vincula. Uno, la Ciudad Deportiva de La Boca, que nunca estuvo en La Boca, sino en la Costanera Sur. El crítico tiene la edad suficiente para recordar cuando, allá por mediados de los años ’60, el mítico Alberto J. Armando, el presidente más famoso en la historia entera de Boca Juniors, anunciaba, con bombos y platillos, la construcción de un centro deportivo llamado a eclipsar todos los centros deportivos. La Ciudad Deportiva, que debía inaugurarse el 25 de mayo de 1975, comenzó a construirse diez años antes de esa fecha y quedó inconclusa años después, consecuencia de manejos y negociados que, por supuesto, jamás se investigaron como correspondía.
Otro monumento nacional a la inconclusión, el incumplimiento y el abandono es el Parque de la Ciudad, ubicado en Villa Soldati, inaugurado en 1982 bajo el nombre de Interama y cerrado, clausurado y reabierto varias veces desde entonces. La gestión Macri lo cerró alegando fallas de seguridad que no se comprobaron, y actualmente rige una intimación de la Defensoría del Pueblo de la Ciudad para su reapertura. Intimación que la gestión actual ignora olímpicamente. Toda esta información es la que La multitud no da. Con formación en artes visuales, Martín Oesterheld, nieto de Héctor, se limita a mostrar esos espacios, sus aledaños y algunos de sus habitantes o vecinos, tal como se hallan en el presente. Esto es: ruinas, restos, arbustos, pajonales, pero también barrios vecinos en plena eclosión constructiva (el Rodrigo Bueno y la Villa 20), la Reserva Ecológica de la Costanera y, al fondo del cuadro, dos clases de torres bien distintas. Las de vidrio y acero que la riqueza levanta en Puerto Madero y la llamada Torre Espacial del Parque de la Ciudad, cuyas tenues lucecitas se encienden a la noche, por más que la torre esté cerrada al público.
Con una fotografía exquisita –gentileza del DF Guillermo Saposnik–, no es caprichoso que abunden atardeceres y sombras en La multitud: el documental de Oesterheld muestra el interminable crepúsculo de una Argentina faraónica. No es del todo cierto, como dice la gacetilla, que ambos sean proyectos de dictaduras. Interama sí: se inauguró en septiembre de 1982. Pero no la Ciudad Deportiva, que empezó a levantarse en 1965, un año antes del golpe de Onganía y en pleno gobierno de Illia. Por otra parte, la pregunta que el documental deja flotando es qué se hizo después con ellos, qué se hace ahora. Los restos que muestra La multitud son los de la manía de grandezas, la venta de humo, los sueños truchos, el operismo de opereta, las ruinas que tienden a pervivir. Espacios urbanos en los que la torre futurista convive con el pajonal, un ingeniero revisa viejos planos en una gigantesca oficina semiabandonada y un inexpresivo gigante de piedra, que vaya a saber qué clase de ídolo habrá querido representar, toma sol para siempre sobre el cemento cuarteado.