¿Un adolescente de origen paquistaní obsesionado por la música y las letras de Bruce Springsteen en una pequeña y gris ciudad inglesa como Luton en 1987? Sí, esa es la historia real que el periodista Sarfraz Manzoor registró en su libro de memorias Greetings from Bury Park: Race, Religion and Rock N’ Roll y que -con él como coguionista- se convirtió en este entrañable film dirigido por Gurinder Chadha (Jugando con el destino).
Si la película comienza (hay un prólogo ambientado en 1980) con cierto sesgo de realismo social que remite al cine de Ken Loach o Mike Leigh y a las miradas ochentistas sobre la comunidad paquistaní que Stephen Frears retrató a partir de guiones de Hanif Kureishi en Sammy y Rosie van a la cama y Ropa limpia, negocios sucios, luego el relato va abandonando su costado más sórdido y desencantado para abrazar un tono más lúdico y emotivo que en la jerga cinematográfica se denomina crowd-pleaser.
La música de mi vida es, en esencia, una película de iniciación (un coming-of-age para seguir con las caracterizaciones genéricas). Es que la historia de un muchacho llamado Javed (Viveik Kalra) cumple con todos los ritos de superación en un contexto escolar, social, afectivo y familiar poco estimulante. Un padre represivo, una madre bienintencionada pero que no se anima a intervenir, una crisis económica fulminante con récord de desocupación (plena era Thatcher) y una situación dura para los paquistaníes tanto en el colegio como en las calles (con violentos grupos de ultraderecha como el National Front agitando el racismo) convierten su formación en un calvario. Javed quiere disfrutar y compartir las creaciones de su artista favorito, ir hasta la cercana Londres a verlo, dedicarse a escribir, tener las primeras relaciones con chicas, pero nada parece salirle bien. Su único consuelo pasa por escuchar las canciones de “El Jefe” (Springsteen cedió una docena de sus canciones de esa época) y encontrar en sus versos la fuerza e inspiración que necesita para seguir adelante.
La directora Chadha construye personajes queribles (incluso los secundarios), se arriesga con varios pasajes con coreografías musicales a-la-Bollywood y, si bien por momentos el film cae en ciertos subrayados un poco torpes, se trata de una película pura, cristalina, celebratoria y -sobre todo para quienes como quien esto escribe aman el arte de Springsteen- decididamente disfrutable.