"La música de mi vida": bailando con The Boss
La película cuenta la historia de un adolescente de ascendencia pakistaní que encuentra en las canciones de Bruce Springsteen un soporte emocional.
“Aramos, dijo el mosquito que estaba parado encima del buey”. Así dice la adaptación ATP de un dicho popular que también tiene una versión triple equis. La frase suele usarse para referir de forma irónica a la actitud de quienes no dudan de tomar posesión de los logros ajenos, aun cuando no han aportado nada para que estos se concretaran. Aprovechando este concepto podría decirse que en el mundo del cine contemporáneo faltan bueyes y sobran mosquitos. La última de las categoría mencionadas le calza perfecto a La música de mi vida, comedia musical dirigida por la británica nacida en Kenya pero de origen indio Gurinder Chadha.
La película cuenta la historia de Javed, un adolescente de ascendencia pakistaní que encuentra en las canciones de Bruce Springsteen un soporte emocional oportuno. Serán estas las que le permitirán liberarse de las tradiciones conservadoras de su familia y al mismo tiempo sobrellevar la discriminación que él y su comunidad sufren en la Inglaterra de los ’80 a causa de su origen. La música de mi vida se monta entonces a dos bueyes a la vez.
Por un lado parasita el fetichismo ochentoso que viene pagando buenos dividendos a todo aquel que le haya apostado un pleno. Por el otro se sube al probado éxito de utilizar las canciones de un ícono rockero como anzuelo para espectadores nostálgicos. El truco ya probó ser efectivo con Freddy Mercury en Bohemian Rapsody, con Elton John en Rocketman, en una escala mucho menor con Lords of Chaos, basada en la desquiciada escena noruega del black metal en los ’90, y casi nada con The Dirt, biopic de los Motley Crüe.
A favor de La música de mi vidadebe mencionarse que no se trata de una biografía de Springsteen, sino de otra historia inspirada en hechos reales que en este caso revive a un personaje anónimo. Acá el famoso Jefe de Nueva Jersey recién aparece en unas fotos intercaladas entre los títulos finales, posando junto al periodista Sarfraz Manzoor, el Javed real, un fanático que vio a su ídolo en vivo unas 150 veces. La película se basa en su historia.
Valiéndose de recursos de la comedia, Chadah pinta un fresco del duro período tatcherista. Por esa vía intercala de modo cándido crisis económica, desocupación y xenofobia con conflictos propios de un adolescente, que van de las penas de amor a la necesidad de encajar. Una aspiración que para un “paki” (forma despectiva que los británicos usan para llamar a los pakistaníes) tiene alcances más complejos de los habituales. Las letras del Jefe ayudan a moldear la lectura crítica y a veces oscura que Javed hace de la realidad. El recurso funciona de a ratos pero también abona a un clima progresivamente edulcorado, que al combinarse con la prerrogativa de exotismo acaba por producir un pastiche tan luminoso como superficial. Una película mosquito.