La película parece derivar hacia el thriller psicológico, aun cuando una complicidad con la comedia quiebra la solemnidad de aquel género.
Raquel es una mucama con cama que trabaja en la casa de una familia de la alta burguesía chilena. Atiende con devoción a cada uno de sus miembros, a quienes siente como propios, a quienes cela como si fueran de su pertenencia.
Las anécdotas que recorren esta película, que transcurre en su mayoría dentro de la casa familiar, el lugar del que Raquel de algún modo se ha apropiado, dan cuenta de una relación compleja (y bastante perversa por cierto) que se establece entre una familia y la persona que los atiende desde el amanecer hasta la cena. Y de cómo esa es, sin dudas, una relación de poder abusivo, íntimo y dependiente.
A partir de esta relación definitivamente patológica que con mucha astucia el director devela sin impugnar, la cotidianidad se tiñe de amenaza. La película parece derivar hacia el thriller psicológico, aun cuando una complicidad con la comedia quiebra la solemnidad de aquel género. Sostenido en excelentes actuaciones (donde se destaca sin dudas Catalina Saavedra, la protagonista, pero se luce Delfina Guzmán como la madre de la patrona), La nana aprovecha la cámara móvil y cercana y el uso del espacio acotado de cada ambiente, para contar la situación de diario de la trabajadora y su apropiación de la intimidad personal de la familia.
Con un cierre que pierde de algún modo la línea que desarrolla a lo largo del relato, la película es muy inteligente y entretenida, abriendo la puerta a una situación invisibilizada y pocas veces abordada con tanta sensibilidad.