Presentada en la sección Work in Progress en el Festival de Valdivia de 2008. Ganadora de muchos premios en 2009, incluidos dos muy importantes en Sundance. Estrenada en varios países europeos en 2010. La nana fue una de las películas chilenas pioneras del boom cinematográfico que hoy vive el país vecino. Se exhibió en el Bafici 2009 y ahora, cuatro años después, se estrena comercialmente. Y no hay que dejarla pasar. Es, por un lado, una comedia dramática. Pero también puede verse como un thriller psicosocial sobre nanas: una nana principal y también otras nanas. No, no "nanas" en el ya poco usado término infantilizado para describir algún pequeño dolor o lastimadura de los niños. Nana a la chilena: mucama con cama adentro y uniforme, que limpia y funciona como niñera, madre sustituta o nodriza de los hijos de las familias chilenas de clase alta (o también media alta, disculpen las probables inexactitudes sociológicas). La protagonista de La nana es Raquel, desde hace veinte años junto a la misma familia (numerosa). En su cumpleaños número 41, día que abre la película, vemos que la retraída Raquel está al borde del colapso físico y emocional. No es pareja de nadie. No es madre de nadie. No tiene amigas. Vive, maneja y hace funcionar una casa que no es la suya. Hay algo -o mucho- que no funciona. La dueña de casa intenta ayudarla contratando una segunda nana. Y ahí se desatan varias situaciones de suspenso y de guerra doméstica cuando Raquel defiende patológicamente su lugar ante las que ella ve como invasoras. Y hay muchos otros detalles argumentales y de los personajes que es placentero descubrir: La nana es una película rica, generosa, de mirada lúcida, convincente y convencida de lo que cuenta.
El director Sebastián Silva filmó la película en la casa en la que se crió y los hechos están basados parcialmente en experiencias de su niñez, y hasta dedica la película a dos nanas. Se pueden hacer tortuosos bodrios basados en experiencias propias (el cine independiente tiene hoy gran oferta de naderías autobiográficas), pero no es el caso: Silva saca el máximo partido de lo que conoce, y así la película exhibe una precisión asombrosa para tocar temas emocionalmente complicados y para plantear -con apuntes siempre integrados a la narración- cuestiones de clase, la relación empleado-patrón y mucho más.
La nana es una película latinoamericana que no le teme a la abundancia y no rinde pleitesía ni al miserabilismo ni a las fórmulas televisivas. Y ni siquiera usa "elementos clave del guión" para dar golpes emocionales o como inyecciones de dramatismo: un ejemplo es la resolución de la línea del barco en miniatura. Sabemos que va a pasar algo con eso, sí, pero se resuelve -y se disuelve- con gracia múltiple. La nana esquiva con timing cualquier riesgo de entumecimiento, y suple con montaje despliegues posiblemente más espectaculares pero no necesariamente más efectivos (la subida al techo de "la nana brava" apela con seguridad a recetas clásicas de edición). Entre el reparto hay muchos nombres muy conocidos en Chile (país que no pocos argentinos se siguen negando a ver, y no sólo en el cine) y las actuaciones comparten la generosidad de la película. Un actor generoso no es el que inunda y hunde la película con su performance: el medio gesto, o el cuarto de gesto de Raquel -Catalina Saavedra, en una de esas actuaciones que en Hollywood definirían para siempre una carrera- en el final con travelling, con movimiento, con música, debería hacer escuela, al igual que esta película memorable.