Con cama adentro
Así como Rodrigo Moreno con El custodio lograba poner en un primer plano a un personaje secundario como el encarnado por Hugo Chávez, su par chileno Sebastián Silva en su opus La Nana –que llega con mucho retraso a las pantallas porteñas tras su itinerario festivalero- hace lo propio con la actriz Catalina Saavedra, artífice absoluta de los logrados momentos tragicómicos de este film, que mezcla la sátira solapada a la burguesía chilena a partir del punto de vista de una empleada doméstica con grageas de comedia costumbrista.
Si en Cama adentro, otro film que marcaba la relación amor-odio entre la señora de la casa venida a menos y su decadencia, en contraste con la complementariedad y sostén afectivo desde el rol de la mucama, en este particular caso se da exactamente al revés: la prescindencia del servicio doméstico para la dinámica de una familia con hijos adolescentes y pequeños, un matrimonio donde el padre se dedica a armar como hobby barcos a escala y la mujer a charlar con las amigas, se manifiesta a partir del conflicto con la mucama cama adentro que lleva trabajando para ellos más de 20 años y que ahora denuncia achaques y cansancio, más el hastío de una agobiante rutina de servidumbre: alistar a los chicos para la escuela, llevar el desayuno a la cama, limpiar la casa de dos pisos, lavar la ropa, el baño, cocinar, servir.
El rostro avinagrado de Raquel (Catalina Saavedra) ni siquiera se anima con el festejo de cumpleaños número 41, la torta y los minutos en que no debe servir a nadie, algo de vida propia que tampoco los regalos de la señora y el señor Valdes aportan a su mustia existencia de cuatro paredes y novelas televisivas donde las protagonistas sí tienen vida propia; mucho menos cuando se le informa la decisión de incorporar una nueva empleada para ayudarla, dado que su cansancio es más que notorio y su desgano no es muy bien visto por ningún miembro de la familia.
La llegada de intrusas es una amenaza latente que ponen a Raquel en pie de guerra, sobre todo cuando los verdaderos dueños de la casa no están y ella se apodera del espacio y maneja situaciones de boicot en cada oportunidad donde ve peligrar su reinado. En ese aspecto es insoslayable el buen trabajo de puesta en escena y el manejo y desplazamiento de la cámara que aporta tensión al relato.
El guión, rico en detalles no narrados, bucea la psicología de su protagonista desde su doble rol de dependencia; desde su intrascendente lugar y su invisibilidad que recién se manifiesta cuando sus emociones afloran.
No puede pensarse a esta aproximación al mundo burgués chileno como una crítica, con la marcada diferencia de clases, más que como un simpático apunte que se refleja en un puñado de escenas porque el núcleo del film se apoya en los rasgos humanos con un despojo manifiesto de estigmatización tanto de la mucama como de sus empleadores.
La Nana es un film lúcido y buen exponente de la nueva tendencia chilena que pisa cada vez con más fuerza e identidad en festivales, algo que otrora era impensado y mucho más cuando el cine argentino ocupaba el centro de atención de las miradas extranjeras como ahora sucede con el nuevo cine chileno.