Una heroína en miniatura
La ópera prima del director Benh Zeitlin viene cosechando premios y elogios desde su presentación en el festival de Sundance. Atención al trabajo de la joven Quvenzhané Wallis.
El Oscar autoriza año a año una película “diferente” que se sale de los moldes previsibles, la corrección política, el sello patriotero, los reciclajes y homenajes y el recuerdo permanente de que Estados Unidos es el centro del mundo. Este año le toca a La niña del sur salvaje, opera prima de Benh Zeitlin, que obtuvo algunos premios de importancia en el Sundance Festival, el encuentro de cine organizado por el millonario Robert Redford. Pero el hecho de participar y ganar en tal evento no es un dato menor. El Sundance, plataforma de lanzamiento de reconocidos directores, es el paso previo al arribo a las grandes ligas del cine industrial. Y vaya si el festival parió a nombres de importancia con sus títulos iniciales: Tarantino y Perros de la calle; Soderbergh y Sexo, mentiras y videos; los Coen y Simplemente sangre; Todd Haynes y Poison; Jarmusch y Extraños en el paraíso y la lista sería interminable. Por lo tanto, aquello de película “diferente” habría que tomarlo con reservas y esperar qué será en un futuro no demasiado lejano de Zeitlin y de su maravillosa protagonista Quvenzhané Wallis. En todo caso, podría decirse que el Sundance lanzó al mercado a una buena película y a un director a seguir sus próximos pasos.
Otra película sobre la supervivencia, como Una aventura extraordinaria, pero muchísimo más barata, con otro paisaje y menos manipuladora y espiritual que la parafernalia tecnológica de Ang Lee y su tigre de bengala. La niña del sur salvaje tiene un logrado uso de la voz en off de la protagonista, un excesivo peso de la banda de sonido y una historia que se divide en dos planos: la niña y la vegetación y las inundaciones que la rodean junto a su afán por sobrevivir al día a día, y por otro lado, la relación entre la criatura y su padre, acaso el punto más oscarizable de los dos, el segmento emotivo que complace a la Academia de Hollywood.
Pero Zeitlin mezcla ambos ítems con inteligencia, sin cargar las pilas en ninguno, como si su cámara, en constante movimiento, tuviera una actitud de espía, de mirar por el ojo de la cerradura, descubriendo cada uno de los rincones de esa naturaleza selvática.
Hay un pasaje de La niña del sur salvaje donde la película quiere pensar en voz alta, al arribar al momento donde lo primitivo del paisaje y de su dupla protagonista se cruza con la posibilidad de conocer la civilización, ese otro mundo que intenta domesticar a ambos. Pero el director, otra vez valiéndose de su astucia, esquiva los lugares comunes con mano maestra, replegándose en la sentida emoción, sin golpes bajos, que manifiestan las imágenes finales.
Se verá si en el futuro Zeitlin y la niña protagonista podrán gambetear las luces del Hollywood industrial, ya alejados de una opera prima valiosa debido a sus acotadas pretensiones. «