Cada año, las nominaciones de los Oscar incluyen películas que representan a otros sectores ajenos a Hollywood, que jamás ganarán nada, pero cumplen con esa corrección política de la representatividad: una comedia, un filme europeo, uno independiente. Entre estos últimos, este año el elegido fue La niña del sur salvaje, ópera prima del director Benh Zeitlin, que decidió contar una historia sobre ese lado B de Estados Unidos, un pantanal de Luisiana donde vive una comunidad en situación de marginalidad extrema.
El relato está contado en primera persona, desde la óptica de una niña de seis años, Huhspuppy, que vive en una situación casi de orfandad, en unas construcciones derruidas, con un padre enfermo y ausente, rodeada de perros, gallinas y otros animales que convierten lo doméstico en salvaje. En ese contexto, una inundación no hace más que empeorar las condiciones extremas en las que vive. Sin embargo, para narrar ese universo triste y urgente, Zeitlin elige un velo fantástico que tiñe la mirada de la niña, un realismo mágico cuyas imágenes funcionan como metáfora que hacen narrarle (y mirarle) el horror.
Así, desde la óptica de la protagonista, unas bestias salvajes similares a jabalíes proyectan su sombra sobre ese hogar derruido, bestias a las que ella aprenden a enfrentar, a medida que su infancia se acaba por fuerza mayor. Como algunos han señalado, Bestias del sur salvaje es un relato tan duro como el de Preciosa (aquel otro filme nominado en 2010 sobre una joven pobre, analfabeta y abusada) contado con el tono naif de Donde viven los monstruos.
La particularidad del filme es que ese aura mágica de sus climas convive con un realismo documental de la fotografía, que encuentra en sus planos y colores el caos preciso, que recuerda que todo eso que se muestra como un cuento de hadas es también una realidad.
Merecidos fueron todos los reconocimientos a la joven Quvenzhané Wallis, otro hallazgo del director, que buscó que hasta el casting refleje una genuina realidad de Luisiana. El filme es original y coherente, tanto en su propuesta estética como en sus decisiones narrativas, pero su ritmo se vuelve pretencioso y ensimismado a medida que avanza, aunque la voz de Hushpuppy vuelva todo a su eje.