Potente fábula de crecimiento en un mundo apocalíptico
Imagine el lector una pequeña comunidad casi primitiva, y orgullosa de serlo, en las afueras del Dock Sur, o en la tercera Sección del Delta, con el fondo no tan lejano, pero ajeno, de la vida urbana y fabril. Otro mundo, a pocos kilómetros del que transitamos cotidianamente. Para el caso, un villorio de cajunes y afines en una isla de Louisiana, frente a las refinerías y una represa que están allá en tierra firme, y las aguas del Golfo ahí nomás. Cuando se derritan los hielos polares ese pequeño mundo va a desaparecer. Quizá no falte mucho. Así más o menos lo enseña la maestra en la escuelita de la isla, y enseña también otras cosas, en ilustraciones escolares pintadas donde menos se espera.
Tampoco uno espera, ni se imagina, que la niña de esta historia encienda la cocina del modo en que lo hace (no se recomienda llevar chicos inquietos al cine, no sea que luego quieran imitarla). Esa escena deja a cualquiera estupefacto, muerto de risa y espanto. Y no es la única. Los niños de un lugar semejante no se crían igual que los de otros lugares más civilizados. A propósito, el título de estreno local es bastante amable. El original habla de bestias, entendiendo por tales tanto a los enormes uros que la niña teme en sus fantasías, como a los propios habitantes del lugar. Que beben y hablan y se la aguantan a lo bestia, y se niegan al socorro de la Asistencia Civil. Pero en el fondo son unos tiernos.
Potente fábula de crecimiento en un mundo apocalíptico, fuerte retrato de seres casi primitivos a pocos kilómetros del mundo moderno, intensa y singular historia de amor entre una niña y su padre enfermo. Eso, y todavía algo más, es en pocas palabras la película que acá vemos, asombrados, regocijados, ocasionalmente emocionados, y estremecidos, con un estremecimiento que sigue hasta el final, bajo los efectos de una música de raíces también primitivas. No corresponde contar más. Solo decir que es una obra singular, que seguramente exagera y estiliza la realidad del lugar pero no la traiciona, y que está hecha con intérpretes irrepetibles de la comunidad cajun de Louisiana, y con sus músicos (los Balfa Brothers, The Lost Bayou Ramblers y algún otro).
Protagonistas, un taponcito de garra actoral impresionante y nombre enrrevesado, Quvenzhané Wallis, y un hombre que en la vida real es panadero, Dwight Henry, que para alivio de tantos troncos ya dijo que no piensa ser actor profesional. Autor, con todo el ingenio, el sentido artístico y la habilidad para dirigir no actores, el debutante Benh Zeitlin. Pero a este "Beast of the Southern Wild" conviene encontrarlo en la pantalla grande. Coguionista, Lucy Alibar. A ella le debemos el cuerpo básico del drama familiar que universaliza la obra.