Tres luces en el infierno
La noche de 12 años pretende ser LA película sobre la dictadura uruguaya, que tuvo lugar entre 1973 y 1985, precisamente una década y dos años de represión y de ocupación inconstitucional del poder por parte de los militares. La historia se centra en el aislamiento de tres militantes de la agrupación de izquierda Tupamaros: Eleuterio Fernandez Huidobro (Alfonso Tort), Mauricio Rosencof (Chino Darín) y José “Pepe” Mujica (Antonio de la Torre). Hay en este confinamiento una decisión política pero también simbólica; el régimen militar no puede liberarlos pero tampoco puede matarlos. Se lo dice un oficial de alto rango a Huidobro: “Uds. son rehenes”.
Así se hallan los protagonistas. En este limbo de “ni vivo ni muerto”. Peor aún, el estar muerto en vida supone el corazón de la historia. Emergen entonces la superviviencia mental al maltrato físico y verbal y el intento de quebrar a estos militantes con las armas más cobardes; las de los apropiadores de un Estado que usan sus recursos para intentar acabar, de manera sangrienta, con una manera de pensar y de actuar, por supuesto.
Alvaro Brechner utiliza el realismo para ilustrar la crueldad pero sabe cuando levantar el pie de ese acelerador que es lo explícito, algo que no sucedía en las películas argentinas inmediatamente posteriores a la vuelta de la democracia, usualmente propensas al morbo. La noche de 12 años acentúa la diferencia que existía entre las convicciones de hombres y mujeres que luchaban por un mundo mejor -con errores, claro- y la brutalidad de los poderosos que, faltos de inteligencia, estaban convencidos de lograr un triunfo a los ojos de la sociedad silenciando a los que resistían los abusos del proceso inconstitucional.
Más allá de la reproducción de un período y de las vidas de tres personajes fundamentales, en especial por la resignificación que experimentaron sus figuras luego de estar presos ilegalmente (recordemos el paso de Mujica por la presidencia del país y la de Huidobro como Ministro de Defensa), hay una idea fresca de jugar con tonos que parecen prohibidos en este tipo de historias, por ejemplo el humorístico. El lugar para la comedia se allana en la pobreza intelectual de los militares desnudada por estos “rehenes”, en especial por Huidobro y Rosencof (ambos escribieron el libro Memorias del Calabozo, base para el guión de esta película), quienes pudieron burlar el aislamiento mediante creativos recursos. La subtrama de Mujica es la que exhibe por un lado el temor de los militares a la capacidad intelectual, diálectica y de convencimiento que poseía aquel, pero también es la más perturbadora porque el maltrato recibido incluyó picanas, terapia de electroshock y severas secuelas en su audición. Aún así su fortaleza de supervivencia prevaleció.
En términos formales la película juega de forma inteligente con los espacios (que son muchos porque los presos eran continuamente cambiados para que no pudieran ser localizados) pues están fotografiados con una corta profundidad de campo que provoca una sensación de encierro, incluso en los lugares más abiertos. También hay una atmósfera de terror en ciertos pasajes, sobre todo en los primeros minutos cuando el factor de la incertidumbre se presenta en los tres personajes prinicipales por el comportamiento de los militares, que durante el primer año de confinamiento no les dirigieron la palabra. Las secuencias fallidas aparecen en los flashbacks sentimentales, cargados de esa intención de mostrar una fuga imaginaria que traspasa lo tangible del encierro, pero la idea se disipa por la sensiblería retórica en la utilización del ralentí, de fondos blancos y de una música conmovedora de altas estridencias. El flashback que cuenta la detención de Huidobro, sin embargo, es perfecto en ritmo, tensión y suspenso, casi como una pequeña película dentro de otra.
En La noche de 12 años las tensiones emocionales y narrativas no siempre aparecen equilibradas pero el resultado es innatamente cinematográfico; atrae y obtura las imperfecciones como así también las licencias poéticas algo gruesas. La operación reflexiva sobre este recorte particular de la última dictadura uruguaya se presenta como una mancomunión entre el cine industrial, que propone una pertinente reconstrucción de época, y la Historia como disciplina, cuya función aquí es relatar las atrocidades del pasado para que nunca más vuelvan a ocurrir.