Las dictaduras latinoamericanas son heridas que siguen abiertas. Siguen abiertas porque muchos de los responsables están libres, porque varios ni siquiera fueron juzgados. Pero, sobre todo, siguen abiertas porque todavía duelen, porque debemos hacer un ejercicio de memoria constante para no olvidar lo que pasó, porque la mayoría de esas historias no tuvieron un final feliz. El arte en general, pero en este caso el cine, suele servir para esto. En cierto punto contar lo que nos pasó ayuda a sanar, pero no por eso es fácil de hacerlo o de verlo. La Noche De 12 Años entra dentro de este ejercicio tan necesario para nuestro continente, pero esta vez no duele tanto. Y no lo hace porque, además de las brillantes actuaciones y de ser una película sublime, sabemos que, por lo menos esta vez, el final fue para mejor.