La búsqueda del campeón de DC se queda corta Dwayne Johnson decepciona con la película que prometía revitalizar al DCEU. Desde hace años DC intenta encontrar su rumbo en el cine, un estilo propio para poder hacerle justicia a los icónicos personajes de la casa de cómics. En toda esta exploración entran Zack Snyder, James Wan, Patty Jenkins; y si bien se puede creer que todos forman parte de un mismo universo, las películas que hacen son muy diferentes entre sí, cada una con una marca de autor distintiva, nos guste más o menos. Y después está Black Adam, una mezcla de todo lo que se hizo antes, sin mucho sabor y salida directamente del cable en una tarde de sábado de 2007. Dwayne “The Rock” Johnson es el mayor propulsor de este proyecto, así como Ryan Reynolds lo fue de Deadpool, pero lamentablemente ahí es en dónde se pueden terminar las comparaciones entre estas dos obras del cine de superhéroes, porque mientras una fue una apuesta jugada que rindió sus frutos, el último estreno de Warner Discovery es una cinta con gusto a poco, que va a dejar a más de un fanático fantaseando con una película de la Justice Society of America, en lugar de esta olvidable tira del campeón de Kahndaq. Con un montaje inicial que ya vimos infinidad de veces con pequeñas variaciones, se presenta la historia de este pueblo que vivió bajo la opresión de diferentes poderes durante toda su historia, pero que en el momento de mayor necesidad encontraron a su campeón, a quien le fueron otorgadas la resistencia de Shu, la velocidad de Horus, la fuerza de Amón, la sabiduría de Zehuti, el poder de Atón, y el coraje de Mehen. Si esto suena familiar, es porque Shazam y Black Adam tienen el mismo origen y por eso también no se llevan muy bien en los cómics. Pasaron miles de años y ahora Kahndaq está bajo el control de “Intergang” un ejército de mercenarios que los explota por sus recursos naturales y obliga a los habitantes a vivir en un constante estado de militarización -cabe aclarar que este país queda en Medio Oriente-; casi que el estudio quiso reconocer el rol que juega Estados Unidos en esa región al ocuparlo con guerra tras guerra desde hace décadas, pero mejor no hacerse cargo y tirarle la pelota a un ejército mercenario que no tiene ningún tipo de relación con países reales. Esto tampoco sorprende ya que son varias las películas estrenadas en los últimos años que juegan las cartas de auto conscientes y “despiertas” con cuestiones sociales, pero deciden diluirlo y le restan importancia, por lo que en la trama esto se siente como algo forzado y que no tiene relevancia. Eso pasa en muchas ocasiones a lo largo de Black Adam: diálogos que parecen generados por una IA sin emociones, que pecan de obvios y hasta que dan un poquito de vergüenza ajena. El corazón de esta película está en la familia que protege Teth Adam, nombre original del protagonista. Pero tanto el niño como la madre, un arquetipo de mujer fuerte de peli de superhéroes, son chatos y lo que tiene para aportar en lo emocional a la trama es casi nulo y, teniendo dos horas de duración, se hace hasta tedioso. En cuanto al protagonista, no se puede negar el carisma que tiene The Rock, de hecho es tal que le dejamos pasar que sea un actor del promedio para abajo; pero si no puede hacer uso de su simpatía, de sus chistes y sus cejas, lo que tiene para ofrecer no es suficiente y se nota mucho. Este antihéroe que interpreta es taciturno, estoico, poco expresivo; todas cualidades que Dwayne no puede transmitir del todo y, como resultado, su interpretación es mala, porque en ningún momento conecta con el espectador, más allá de algún que otro chiste que, a pesar de lo básico, logra ser efectivo. Pero si de actuaciones hablamos, no se puede no destacar el trabajo de Pierce Brosnan, que se pone en la piel del mítico Doctor Fate y es, sin lugar a dudas, lo mejor de toda la película. Un caballero con todas las letras que además tiene una conexión mística con uno de los hechiceros más poderosos del mundo, y es el corazón de la JSA. Lamentablemente, no está lo suficiente como para poder salvar esta historia, pero las escenas que comparte con Hawkman (Aldis Hodge) son lo más disfrutable de esta cinta. La química entre ellos es innegable, cuentan con la ventaja de tener a dos personajes icónicos y, por sobre todas las cosas, son buenos actores, cosa que no se puede decir de todas las personas involucradas en esta producción. Pero lo que termina de condenar a esa cinta es lo larga y tediosa que se hace, en gran medida por lo feo de los efectos especiales y el abuso de cámara lenta, algo que DC parece que no tiene pensado soltar en el futuro cercano, incluso cuando el director que lo introdujo ya no forma parte de este universo cinematográfico. Este recurso, que usado en la medida justa puede ayudar a mostrar algún poder o el detalle de un personaje o batalla, acá es utilizado hasta el hartazgo y lo único que logra es que parezca una publicidad poco imaginativa. Además, deja en evidencia lo poco cuidado del CGI en más de una escena; y a esto se le suma el uso de ese filtro oscuro y sin brillo de las películas línea Zack Snyder, que hace que el visionado sea todavía más pesado. Black Adam era una buena idea en papel por lo que podía aportar el personaje, por lo que supone la presentación de la JSA y por lo que traería al DCverse, pero erraron en casi todo lo que querían construir y el futuro de este universo parece cada vez más confuso, incluso con una escena post-créditos que de seguro genere reacciones mezcladas en la audiencia. Una verdadera lástima que este año no podamos ver la segunda parte de “Shazam!”, ya que su predecesora había demostrado que podía tomar todos estos conceptos y usarlos de una manera mucho más efectiva y entretenida.
La ficción como herramienta para la memoria Ricardo Darín regresa a la pantalla grande con una película que es emotiva, entretenida, atrapante, dolorosa y tremendamente necesaria. Argentina. Corría el año 1984 y la democracia recién se había recuperado. Los resabios de la dictadura cívico-militar seguían presentes y la sociedad tenía que aprender a navegar estas nuevas aguas, pero los responsables del mayor horror que experimentó el país seguían libres. Exigían ser juzgados por la justicia militar y verlos tras las rejas parecía imposible. Finalmente, la causa llegó a la justicia civil y fue la tarea de los fiscales Strassera y Moreno Ocampo demostrar que hubo un plan sistemático de desapariciones y tortura aplicado a lo largo y ancho del país. Es historia casi contemporánea, como nación vivimos en democracia hace no mucho tiempo, y Argentina, 1985 no solo es una película excelente en todos los aspectos que hacen al cine, es también una carta de amor a nuestra lucha como nación, a la defensa de los derechos humanos y las libertades que supimos recuperar después del capítulo más oscuro de nuestra historia. Es propia, pero también es universal e interpela a todos los espectadores al punto de las lágrimas. Es el tipo de film que nos demuestra la fuerza del arte, el poder del cine y la importancia de mantener nuestra historia viva. Dirigida por Santiago Mitre y escrita por él y Mariano Llinás, el estreno más importante del año sigue el juicio a las Juntas, pero además de este momento bisagra de la historia del país, el director se enfoca en la humanidad de sus personajes, en el detrás de escena del juicio y en cómo estas personas se tuvieron que enfrentar al poder real para conseguir justicia. Esto no solo es expuesto por un guion ajustado, brillante y con los necesarios toques de comedia que exponen nuestra idiosincrasia; sino también por las actuaciones, merecedoras de todos los halagos, de sus estrellas. Ricardo Darín le da vida al fiscal Julio Strassera, que a pesar de su reniego inicial, llevó a cabo una investigación exhaustiva para probar el plan sistemático de la dictadura. Su interpretación está entre los mejores trabajos de su carrera y logró canalizar no solo al héroe nacional sino también a la persona, al hombre que temía por la seguridad de su familia, que se culpaba por no haber podido actuar durante la dictadura, al padre, al esposo, al compañero de trabajo y al jefe. Peter Lanzani, que ya ha demostrado en muchas ocasiones que es uno de los actores más talentosos de su generación, interpreta a Luis Moreno Ocampo, el fiscal adjunto sin experiencia que fue designado porque nadie más quería acercarse a este caso. Un hijo de familia patricia, un heredero de la tradición naval de Argentina e hijo de una madre que iba a misa con Videla. Estas contradicciones, así como el compromiso del joven fiscal con la justicia y la defensa de los derechos humanos, están presentes en la emotiva y poderosa interpretación de Lanzani, que en más de un momento logra emocionar hasta las lágrimas. El juicio que tienen que enfrentar no es nada fácil: deben probar que los nueve ex comandantes en jefe del proceso son los responsables del genocidio, aún cuando no había pruebas de que hayan torturado personas con sus propias manos. El juicio a las Juntas debía demostrar la responsabilidad de estos militares en el armado de un plan sistemático de desaparición de personas, torturas y asesinatos. La magia de Argentina, 1985, radica en que este drama legal, que podría haber sido tremendamente oscuro, como lo fue en la vida real, se convierte en una emocionante película que entretiene, que conmueve y que toma una postura clara e intachable frente a la defensa de la democracia. De manera dinámica y con un montaje genial, se muestra cómo el equipo legal, compuesto por jóvenes casi sin experiencia, algunos aún estudiantes de derecho, recorren el país en busca de pruebas, entrevistan víctimas y familiares de desaparecidos, y consiguen en un tiempo récord, casi establecido para que fracasen, todo lo necesario para demostrar el macabro plan. Pero la película no solo se concentra en el juicio, también en lo que ocurría por fuera de tribunales: los aprietes a los fiscales, la presión mediática y cómo desde varios sectores se seguía presionando con la teoría de los dos demonios para justificar el uso represivo de la fuerza del Estado. “Fuimos armando el rompecabezas pieza por pieza”, narra Luis Moreno Ocampo en el ensayo “El Estado no puede torturar”, publicado por Anfibia. “Buscamos casos que hubieran ocurrido en distintas partes del país, en diferentes épocas y cometidos por personal dependiente de cada uno de los comandantes. Presentamos más de 700 casos individuales y durante el juicio quedó demostrado que eran la consecuencia de una operación militar aprobada y supervisada por los jefes de cada fuerza”, concluye. En esto se basaron Mitre y Llinás para escribir su guion y revisaron centenares de casos. La investigación para realizar la película llevó más de cuatro años y esto puede verse en el resultado final. Otro de los grandes aciertos de esta cinta es darle relevancia y entidad a los personajes secundarios, tanto a los miembros del equipo de la fiscalía, como a la familia de los protagonistas. Aquí quizás es en donde más se destaca el personaje de Strassera, que en su trabajo es quien manda y está al frente, pero en el momento en que llega a su casa “su familia lo caga a pedos”, en palabras del propio director. Alejandra Flechner, quién se pone en la piel de Marisa, la esposa del fiscal, es una pieza fundamental de este guion: es la persona que lo apoya pero que también lo empuja, y cuándo podrían haberla escrito cómo una mera acompañante, le dan peso en la trama, y su personaje y el Darín comparten uno de los momentos más íntimos y bellos de la película mientras miran la ciudad desde su balcón. Los hijos de Strassera también juegan un rol fundamental, aunque todas las miradas se las lleva Santiago Armas Estevarena, que interpreta al hijo menor del fiscal y protagoniza muchos de los momentos más cómicos de la cinta. Su naturalidad, carisma y timing para la comedia lo destacan en una película en la que comparte pantalla con los nombres más importantes de la industria cinematográfica nacional. Emotiva, entretenida, atrapante, dolorosa y tremendamente necesaria: “Argentina, 1985” es una cinta que llega en un momento más que apropiado; pero por sobre todas las cosas es una cinta que le habla a las generaciones nacidas en democracia, que recuerda lo vigente de esta lucha, lo presente que debemos tener el tema como sociedad y, particularmente, que este es un camino que se transita constantemente y debe hacerse de manera consciente. Porque cuando el fiscal Julio Strassera dijo “Señores jueces: Nunca Más”, alzó la voz del pueblo argentino, así como Santiago Mitre lo hace ahora con esta película.
Don’t Worry Darling y lo insulso de la belleza sin profundidad ¿Valió la pena tanta controversia? Don’t Worry Darling era una de las películas más esperadas de esta temporada, desde que se anunció el cast se anticipaban cosas maravillosas de esta cinta. No solo porque su protagonista era Florence Pugh, una de las mejores actrices de su generación, sino porque también era el regreso a la dirección de Olivia Wilde, que nos había dado una belleza de ópera prima con Booksmart. El rodaje terminó, salió el primer teaser y la promesa de un film diferente y único seguía intacto, pero los rumores del set no tardaron en llegar, las aparentes peleas entre la directora y la protagonista, el cambio del protagonista masculino en medio del rodaje y la contratación de una de las estrellas más grandes del momento. Pero el mayor problema de esto es que todo ese escándalo es mucho más memorable que la película en sí. Alice (Florence Pugh) y Jack (Harry Styles) son una pareja que vive constantemente como recién casados, tener hijos no está en su panorama porque anhelan la libertad y la posibilidad de tener relaciones en cada espacio de la casa -algo que la película remarca de manera constante y no siempre de manera efectiva-. Viven en una comunidad cerrada, Victory, en donde los hombres se van todos los días a trabajar para “cambiar el mundo” con el desarrollo de materiales progresivos, algo que nadie entiende muy bien de qué se trata. El jefe y fundador de esta comunidad es un enigmático personaje encarnado por un genial y lamentablemente desaprovechado Chris Pine. Frank le pide a las esposas que estén siempre ahí, al lado de sus maridos, que lo único que se pide de ellas es que sean amas de casa perfectas porque son sus hombres los que cambiarán al mundo. Con esto la película presenta el primer concepto que no aprovecha, un comentario sobre los roles de género que se siente trillado y poco relevante. Una mirada superficial y básica acerca de algo que, en manos de un guion mejor desarrollado, podría haber tenido algo interesante para aportar a una conversación siempre vigente. Pero Don’t Worry Darling peca en muchos momentos de esto: tomar conceptos familiares, abordados a lo largo de la historia del cine de diferentes maneras, mezclarlos de forma poco efectivas y dar como resultado una película que se compone de algún que otro momento bien resuelto, que queda rodeado de cabos sueltos y narrativas que no llevan a nada. La vida idílica de Jack y Alice empieza a desmoronarse una vez que nuestra protagonista empieza a notar que hay cosas de Victory que no están bien, que no tienen sentido y que las esposas se comportan de una manera demasiado complaciente. Pero lo que más preocupa a Alice es la falta de curiosidad de sus amigas, la facilidad con la que dejaron de lado a una mujer que empezó a preguntarse esto y fue rápidamente catalogada como histérica. El papel de Florence Pugh es el único que parece tener un arco sólido, que se mantiene por su propio peso, pero no es tanto por lo que le dieron en el libreto, sino por lo poderosa que es su interpretación y su increíble talento. Cuando empieza a dudar de lo que les dicen, de lo que la rodea, empatizamos al instante con el personaje, pero cada revelación se siente decepcionante, poco efectiva y sobre todo, poco imaginativa. Uno de los mayores pecados de esta película es que se siente como una pieza de ficción que se quedó estancada en el tiempo, no solo por la época en la que está situada, sino por el abordaje a cada uno de los temas que trata. Al intentar hablar de todo, habla de nada. “El que mucho agarra poco aprieta” y esta cinta se siente la representación perfecta de eso. La interpretación de los temas centrales de la película es casi nula, los presenta y ya, no hay mucho más por debajo de la superficie, no aporta nada nuevo ni original, pero lo más destacable de todo esto es que no tiene nada para decir, nada nuevo al menos. No es necesario que todas las películas sean un manifiesto, una postura o un hito cultural, para nada; pero cuando te jactas de que tu película habla acerca de todo esto de una manera nunca antes hecha y lo que se ve en pantalla es tan poco efectivo, solo se logra que la sensación con la que se sale de la sala sea decepción. Algo que también le jugó en contra a Don’t Worry Darling fue la extensiva difusión que tuvo cada cosa que Olivia Wilde decía al respecto. Dejando las relaciones parasociales con las celebridades que hicieron que esta película fuera un fenómeno por su protagonista masculino y que una horda de fanáticas odiara a una mujer solo por el hecho de salir con él; cada entrevista de Wilde era amplificada, por lo que escuchamos como espectadores hasta el hartazgo las inspiraciones detrás de esta cinta: The Stepford Wives, Matrix, etc. Esto la perjudicó no solo porque es fácil predecir cada uno de los giros, sino que al poner esas películas como ejemplo, nosotros, como espectadores, vamos a estar constantemente comparándola con esas historias que hicieron un trabajo superior a la hora de narrar estas tramas. En cuanto a puntos a favor, Florence Pugh es definitivamente lo mejor de la película, y como actriz merecía mucho más, así como también casi todo el cast, compuesto por grandes actores con arcos inexistentes y personajes cuyas motivaciones se desdibujan constantemente. El diseño de producción es intachable así como el de vestuario, pero qué poco importa que una película se vea linda cuando lo que muestra es completamente olvidable. En cuanto a Harry Styles, se nota que no es actor y que no tiene la preparación necesaria para compartir escena y momentos dramáticos con Pugh, pero juzgarlo como actor cuando tuvo que trabajar con un guion como este no parece justo, habrá que esperar a su próximo trabajo para hacerlo. Una película que se hace larga, cuyo score es discordante con todo, pero no de una manera inteligente sino más bien desprolija; una historia que tiene de original lo que tiene de innovadora y un desperdicio lamentable de talento. Espero que lo próximo que nos de Wilde esté a la altura de su primera cinta, porque sé que en un año nadie va a recordar este estreno.
Homenaje y sátira en partes iguales Un whodunit que viene con un gran elenco liderado por Saoirse Ronan y Sam Rockwell. Las historias de asesinato y misterio han sido caballitos de batalla del cine desde su concepción, así como lo fueron de la literatura y el teatro. Los whodunit son un género en sí mismo, pero debido a la repetición, muchos ejemplos de los últimos años no son lo suficientemente memorables como para destacarse entre el montón. Pero por suerte “See How They Run” es consciente del terreno en el que se mueve y le rinde homenaje al género, al mismo tiempo que se burla de él y entrega como resultado una entretenida historia con entrañables personajes protagonistas. Londres, década del ‘50; la obra “The Mousetrap” de Agatha Christie es un éxito en West End y ya ha tenido un centenar de funciones. Tal es el fenómeno que Hollywood se involucró y la producción de una cinta basada en el texto ya es un hecho, pero no todo va a salir como es esperado. En un clásico y predecible giro, el director de la película, un estadounidense pedante y odiado por todos, es asesinado en una fiesta y todos los presentes son sospechosos, especialmente porque todos podrían tener un motivo para matarlo. Como es de esperarse, un detective cansado y con un pasado traumático es asignado al caso y lo acompaña una oficial de policía a la que no le falta entusiasmo ni pasión por la ley. Saoirse Ronan y Sam Rockwell le dan vida a la oficial Stalker y al Inspector Stoppard, respectivamente, y esta pareja despareja se adueñará de todos los clichés esperables sin perder la frescura y originalidad. Puede que mucho de esto tenga que ver con el gran carisma de estos intachables actores, pero no sería justo obviar que el guion es lo suficientemente inteligente como para saber qué predice el espectador a medida que la trama avanza y así todo lograr entretener a cada minuto. “Es un whodunit. Viste uno, viste todos”, dice la voz en off de Adrien Brody, el asesinado, que acompaña gran parte de la cinta. La magia de “See How They Run”, dirigida por Tom George y escrita por Mark Chappell, radica justamente en esto, no espera revolucionar el género ni mucho menos, sino que se alimenta de la narrativa que históricamente se utilizó para contar este tipo de historias y crea una trama en que se ríe de ellas, al mismo tiempo que funciona como una carta de amor al género. A lo largo de la investigación se verá el contraste entre el inspector desganado, divorciado y héroe de guerra, que siempre toma todo con tranquilidad y no salta a conclusiones aceleradas; y la oficial entusiasta, que quiere arrestar a todos los que interroga y ve un culpable en cada sospechoso. Y es acá en donde esta historia se destaca, en la construcción de personajes carismáticos y queribles, en opuestos complementarios que, sin importar que ya hayamos visto demasiadas veces en la pantalla, aún conservan frescura y originalidad. Además, siempre suma tener a dos actores brillantes como lo son Rockwell y Ronan, que tienen una química impecable entre ellos y un timing de comedia que ayuda a mantener todo a flote. Es cierto, si viste uno, viste todos, y esta no es la película que cambie eso, pero sí es la que se ríe de ello y nos hace parte a nosotros, los espectadores, de un chiste que se sostiene durante una hora y media.
Regresa a su elemento, pero de la mano de otro género ¿De qué va? Lena consigue escapar del psiquiátrico ruso en el que está recluida y viaja a Estados Unidos, haciéndose pasar por la hija desaparecida de una familia adinerada. Pero su nueva vida como Esther no será como ella esperaba, y se enfrentará a una madre que protegerá a su familia a cualquier precio… En 2009, Orphan llegó a los cines y no tardó en conquistar a la audiencia que estaba en búsqueda de una heredera de The Ring. Lo que pocos esperaban era que más de una década después se estrenara Orphan: First Kill, una precuela en la que se explicara cómo Esther Coleman llegó a Estados Unidos y qué fue lo que pasó con la familia que la trajo de Rusia. Volver a plantear el misterio de la original es imposible: esta nueva historia necesita partir desde la base de que todos los espectadores saben que Esther, o mejor dicho Leena Klammer, es una mujer adulta que posee una condición que la hace parecer una niña. Pero una de las mayores fallas de esta película es que no confía del todo en el espectador y cae en la sobreexplicación en más de una ocasión, algo que le resulta contraproducente y logra que el producto final se sienta mucho más largo de lo que en realidad es. En donde sí se beneficia Orphan: First Kill es en el rápido cambio de clima, mientras la primera se siente íntegramente como una típica película de terror de su época, esta nueva entrega, dirigida por William Brent Bell, sorprende al transformarse en una comedia negra que no teme poner a su protagonista en un lugar completamente desconocido y poco predecible. Si bien el espectador jamás pierde de vista que Leena, o Esther, identidad que adopta para llegar a Estados Unidos, es claramente la villana, su nivel de maldad parece relativo al encontrarse con personajes realmente terroríficos en esta nueva historia. Orphan: First Kill, La Huérfana, Isabelle Fuhrman Luego de escapar de la institución psiquiátrica en la que estaba encerrada, Leena decide hacerse pasar por una niña estadounidense desaparecida hace años con la que guarda un gran parecido físico. Aquí se plantean muchas preguntas que la cinta jamás responde, como por ejemplo cómo se repatria a una niña sin antes constatar su identidad, pero la historia hace todo lo posible para que los espectadores jamás se hagan esa pregunta, y si bien falla en esto, más adelante se entiende que no es algo muy relevante para la trama. La nueva vida de Leena, ahora Esther, pareciera idílica, pero su nueva familia pertenece a la alcurnia estadounidense, la madre de hecho se jacta de que sus antepasados llegaron al territorio americano en el Mayflower, dejando en claro que «ellos importan». Rápidamente Leena descubre que todo lo que parece ideal de su nueva situación dista de serlo. Pero lo más interesante de esta precuela es cómo logra mantener el misterio sobre el final, ya que se sabe por la primera entrega que esa familia murió en un incendio y sospechan que fue ella la que lo provocó. Aún sabiendo esto, la película logra desviarse del camino tradicional y sorprende con una película que del terror pasa a ser una comedia negra en la que no se puede evitar sentir lástima por esta «huérfana» y esperar que pueda escapar de semejante situación. Pero por más buena actriz que sea Isabelle Fuhrman, su interpretación de la protagonista se ve perjudicada por el claro paso del tiempo y lo poco creíble que resulta que se hayan convencido de que esa mujer, evidentemente con cara de adulta, es una niña de 9 años. Si se puede lograr superar esto, que a la media hora de película ya se olvida, se disfruta por completo. A esto se le suma una gran actuación de la siempre genial Julia Stiles, aunque no hay dudas de que las mejores frente a cámara son ellas dos. Orphan: First Kill cumple con su objetivo: entretiene y le da una vuelta de tuerca a una historia muy conocida, pero las reflexiones que a veces brinda el terror para hablar de la sociedad, hay que buscarlas por otro lado, porque no se van a encontrar aquí. Lo que sí está garantizado son varias carcajadas inesperadas.
Cómo el terror arraigado a la realidad es el más efectivo A este año no le han faltado películas de terror, pero esta podría ser una de las mejores. Las películas de terror tienen muchas maneras de generar incomodidad en el espectador, de inducir el miedo de manera gradual hasta que la persona frente a la pantalla ya está sumida en ese mundo de oscuridad planteado por el cineasta. Pero los ejemplos más destacados de este género en los últimos años son aquellos que saben utilizar los terrores del mundo real, hacerlos parte de la trama, así como del subconsciente de los personajes y Barbarian es un ejemplo excelente de cómo jugar con esas cosas para conseguir un resultado aterrador y entretenido en partes iguales. Tess (Georgina Campbell) viaja a Detroit para una entrevista de trabajo que podría cambiarle la vida, pero llega de noche, en medio de la lluvia y parece escapar de algo. La casa que había alquilado la espera con las luces encendidas, pero se da cuenta que alguien más está allí. Una doble reserva le complica la noche a ella y a Keith (Bill Skarsgård), que ya estaba listo para irse a dormir cuando ella llama a la puerta. Después de dudar un momento por obvias razones, Tess accede a pasar y llamar desde allí, para resguardarse del frío. Acá entra en juego el conocimiento del mundo real con el que entran los espectadores a la sala. Ella no se siente segura ni cómoda en esa casa, no lo dice explícitamente, pero un score que sabe cuándo infundir miedo acompaña estas escenas de incomodidad, en las que ella (y nosotros) teme lo que le pueda llegar a pasar con un hombre desconocido en una casa que parece estar en una zona no muy agradable. Pero algo que distingue a esta cinta, es lo ajustado de su guion y lo milimétricamente calculado de todo. Keith también es consciente de lo que esto supone, y la elección de Skarsgård para el rol no es casual, así como no lo es la de Justin Long, que aparece en la segunda mitad de la cinta. Zach Cregger, director y guionista de Barbarian, optó por actores con una figura pública, así como una asociación inmediata a cierto tipo de personajes y cuenta con que los espectadores piensen en esto desde el primer momento en que aparecen en pantalla. Este recurso podría ser burdo, incluso rozar lo evidente y perder el efecto, y sin embargo el guion logra llevarnos por la cinta y que no podamos anticipar los giros en ningún momento. Pero el terror acá no es solo una sensación, hay un mal muy real y sobrenatural que habita en las profundidades de esa casa, pero que dialoga de manera constante con el terror de nuestra realidad, con lo que se escucha en las noticias, con las historias que todos conocemos. El terror palpable, el que es parte de este mundo y que nos acompaña a cada paso, es parte intrínseca de esta cinta y es imposible verla sin tener esa coyuntura presente. Barbarian hace referencia a esto de manera constante, a la vez que nos introduce a un mundo de terror cuasi sobrenatural que no requiere de demasiadas explicaciones. En un giro inesperado en el panorama del cine actual, en dónde muchas veces se subestima al espectador y todo se explica y se remarca más de una vez, acá varios puntos fundamentales de la historia se dan a entender de manera indirecta, se apela a la inteligencia de la persona sentada en la butaca, lo que logra que la sensación de miedo sea genuina, porque sabemos qué estamos viendo, incluso sin verlo. Sin esperarla, Barbarian se convierte en uno de los mejores estrenos de este año y Zach Cregger es ahora uno de esos realizadores a los que les prestaré atención, porque sí su primera incursión al terror es así de efectiva, no puedo esperar para ver qué hace a continuación.
Nope, o cómo Jordan Peele se reinventa con cada película Jordan Peele hizo una carrera en la comedia que dejó una marca: sus sketchs, su tono de voz y su sentido del humor son fácilmente distinguibles en un género que suele estar repleto de copias y repeticiones. Lo que sorprendió es que haya podido trasladar esto a un género tan particular como el terror y convertirse en una categoría en sí mismo. Desde su debut en la dirección y guion con Get Out logró tener a todos los espectadores ansiosos con sus próximos lanzamientos y lo que podía llegar a ser un fenómeno de una sola vez, se entendió como talento puro con su segundo film, Us. Ahora, tres años después, reafirma que lo que hace él no puede ser igualado ni comparado con las creaciones de nadie más en la industria. Vuelve a entrar en el terreno del terror, pero esta vez mezclado con la ciencia ficción y siempre acompañado de su tan característico sentido del humor. Nope parece subir la barra de lo que este cineasta puede lograr y, al verla, no solo se siente que estamos en presencia de una de las mejores películas del año, sino también de un futuro clásico, algo que ya había ocurrido con sus dos películas anteriores. En esta historia vuelve a trabajar con el ganador del Oscar Daniel Kaluuya, que entrega una interpretación brillante y demuestra una vez más que es uno de los mejores actores con los que cuenta Hollywood en este momento. Su personaje, OJ Hayworth -que no escapa a lo que supone ese apodo para una persona afroamericana-, queda a cargo del negocio familiar luego de que su padre muere de una manera completamente inesperada. Su familia, parte vital de la historia del cine, son los responsables de un rancho fundado por el jockey que montó el caballo en Race Horse, de Eadweard Muybridge, experimento visual considerado como el precursor del cine. OJ y Emerald, los únicos herederos del emporio Hayworth, tienen que lidiar con un negocio que no saben cómo llevar pero que no pueden dejar ir. Mientras él intenta mantener a flote el rancho, su hermana, interpretada por una desopilante y carismática Keke Palmer, quiere alejarse lo más que pueda de la herencia familiar, de la que siempre se sintió desplazada. Pero todo cambia cuando algo muy extraño empieza a ocurrir en el cielo: una nube que no se mueve y caballos que parecen estar desesperados. Ahora hay un objetivo que los une, poder captar esta aparición extraterrestre en cámara y hacerse ricos en el proceso. Daniel Kaluuya, Nope, Jordan Peele Como es de esperarse, esto no va a ser tan fácil y en el proceso de contarnos una historia tan sencilla como dos hermanos reconectando e intentado salvar el rancho con imágenes de UFOs, Peele introduce una trama fantástica de ciencia ficción y terror, cargada de comedia y con personajes que se corren del razonamiento que suelen seguir los protagonistas de estas historias: son personas racionales y lógicas que, al estar frente al peligro inminente, su reacción es decir «nop», y alejarse. Nope es una historia de hermanos, también es una comedia, una película de sci-fi con una creación completamente original y única; pero funciona además como una crítica consciente acerca de la industria cinematográfica, del uso que hacen los animales, y del cine de autor y lo que supone la «toma perfecta». Abarcar tantos temas podría haber sido contraproducente, como resultado se podría haber obtenido algo que, al querer hablar de mucho, termina contando poco, pero Peele demuestra que como guionista y director no tiene comparación y sorprende a cada minuto en una película constantemente entretenida, hermosamente filmada y con actuaciones que definen al género. Una cinta que se sigue pensando después de salir de la sala y que nos confirma que estamos en presencia de una de las personas más creativas de Hollywood en la actualidad. Por mi parte, no puedo esperar para volver a verla, así como descubrir cuál será el próximo proyecto de este comediante devenido en uno de los mejores directores, guionistas y productores de su generación.
Frenetismo a bordo y Brad Pitt en su elemento Cinco asesinos a sueldo se encuentran a bordo de un tren bala que viaja de Tokio a Morioka. Los sicarios descubrirán que sus misiones no son ajenas entre sí. La historia del ladrón que ya no quiere serlo, que quiere dejar atrás su vida complicada no es algo nuevo, mucho menos en el terreno de la acción. Por eso, cuando esa premisa se presenta en una película, las dudas no tardan en surgir. Pero a no preocuparse, porque “Bullet Train” logra distinguirse de todas las demás gracias a un cast cargado de grandes figuras y un guion que no desperdicia un solo momento de comedia. La nueva película de David Leitch, responsable de Atomic Blonde, una de las mejores cintas de acción de los últimos años, no decepciona, aunque por momentos se hace un tanto larga. No solo está a la altura de las entregas previas del director, sino que presenta una entretenida y dinámica historia que se concentra en una sola locación, sabiendo además cómo dar la información justa y necesaria de sus personajes con acertados flashbacks que no distraen ni sacan al espectador de la trama. Brad Pitt se pone en la piel del protagonista, un ladrón con una simple tarea: hacerse con un maletín que viaja en el tren bala de Japón y bajarse en la primera estación; pero algo tan simple como eso resulta imposible cuando descubre que el tren está colmado de asesinos y contratistas con una misión muy similar. Entre los actores más importantes de esta película están Aaron Taylor Johnson, Joey King, Hiroyuki Sanada, Andrew Koji, Michael Shannon y el maravilloso Brian Tyree Henry, que por suerte sigue consiguiendo más y más papeles en grandes producciones, algo muy merecido. Cada uno de los personajes tiene un rasgo distinguible, asesinos que, si bien buscan lo mismo, cada uno lo hace de maneras muy distintas. Algo que sucede en muchas de estas películas de gran presupuesto y que llegan en el verano del hemisferio norte, es que se castea a grandes nombres que ayudan a agrandar el póster, pero que no suman nada a la trama porque el guion no tiene nada para decir. Bullet Train tampoco es un manifiesto de cómo hacer cine de acción ni mucho menos, pero sabe lo que es y se hace cargo: una comedia que no para un segundo y se nota que detrás de cámara hay una persona que sabe cómo mostrar peleas sin caer en recursos agotadores como cortes innecesarios o el ya insoportable abuso de la cámara lenta. La película tiene un soundtrack que acompaña en cada momento con temas inolvidables que vas a tararear por el resto del día y, a diferencia de muchas otras cintas del estilo, es linda de ver, no solo por lo que muestra, sino por cómo lo muestra. La paleta de colores estridentes, la fotografía y la luz juegan un rol fundamental que ayudan a que esta película se sienta mucho más entera que otros estrenos que costaron más del doble. Una comedia de acción con grandes nombres, diálogos inteligentes y arcos narrativos que te dejan con una sonrisa. Y Brad Pitt vuelve al lugar al que pertenece: el de estrella carismática.
El director Matt Reeves lo entrega todo en una película que está a la altura del personaje, con Robert Pattinson como el Caballero de la Noche. Los superhéroes agotaron la pantalla, de eso no hay dudas. Lo bueno es que el género siempre puede sorprendernos y entregarnos algo que nos haga pensar «qué lindo que es este personaje» y eso, justamente, es lo que logra The Batman. Con más de 80 años de existencia, innovar con Batman parece algo casi imposible, pero por suerte, hay tantas versiones del personaje como hay autores. Lo más interesante que tiene el encapotado es que funciona como espejo de la persona que lo tiene en sus manos; y me atrevo a decir que Matt Reeves logró verlo como nunca antes. «Batman es un científico», cuántas veces hemos escuchado esa frase y sin embargo, ¿cuántas veces hemos visto al murciélago lidiar con la investigación en sus encarnaciones? Acá es donde Matt Reeves encontró la manera de adueñarse del personaje, llevarlo a sus raíces y al mismo tiempo presentar a un Bruce Wayne distinto, a un Batman que recién empieza y no sabe muy bien quién es o qué rol cumple en Gotham. Acá igual Batman no es un científico, es detective. Esta fue una de las primeras cualidades que le aportó Bill Finger al personaje antes de que Bob Kane se adueñara de su creación y no compartiera nunca el crédito de la creación del superhéroe más importante. Pero este Batman tiene que tener algo más que ser detective para funcionar, y parece que Reeves eligió de manera precisa y muy acertada cada una de las virtudes que quería para su película. Así, nos encontramos con una breve aunque muy emotiva exploración de su relación con Alfred, encarnado por un sensacional Andy Serkis. Además, tenemos la tensión constante con Selina Kyle, una de las pocas personas que lo comprende y a la que le da vida Zoë Kravitz en un rol que le queda perfecto. Acá, las relaciones que lo rodean y cómo se percibe él, ocupan un lugar primordial en la historia. Aunque principalmente, tenemos a un villano, the Riddler, que funciona como disparador de todo lo que Bruce deberá enfrentar en su futuro como el protector de Gotham. En esta película, Bruce Wayne tomó el manto de Batman hace tan solo dos años. “Soy venganza”, se lo puede escuchar decir en el tráiler. Así es como él se percibe, así ve su rol como justiciero en una ciudad a la que, decirle complicada, es quedarse cortos. Lo lindo que nos presenta The Batman y hace que esta se sienta como una historia original, es que deberá encontrar el significado detrás de eso. The Riddler, el villano perfecto para esta entrega -y una prueba más de que Paul Dano es uno de los mejores actores de su generación-, está siempre un paso más adelante y es justamente acá donde Bruce debe poner a prueba sus cualidades detectivescas, algo que recién empieza a explorar. En medio de este caos generado por el inolvidable villano que aterroriza a Gotham, Batman también trabaja codo a codo con el teniente Gordon, porque el ascenso a comisionado todavía no pasó. Acá, Reeves vuelve a confiar en la parte emocional de estas historias que tanto han sido exploradas en las viñetas y le aporta algo muy especial a la relación entre el héroe y el que va a ser siempre su principal aliado en la lucha por la salvación de Gotham. Lo que logró mejor que nadie es darle a Gotham esa personalidad que necesita en todas las historias. Esta versión de la ciudad no puede ser asociada a ninguna análoga de la vida real. Acá la capital del crimen es un personaje más, la razón y consecuencia de todo lo que pasa en ese rincón abandonado del mundo. La mafia como gobernante indiscutido, el lugar más corrupto del mundo y todo esto como consecuencia directa de la gente que vive allí y viceversa. Se intentó hacer en muchas oportunidades, pero The Batman es la primera película que logra contar una historia que se siente como parte de esta ciudad y que al mismo tiempo la tiene como protagonista. Por último, queda nombrar al protagonista, al hombre del momento, Robert Pattinison. Que la elección de Batman cause controversia no es algo nuevo, ya lo experimentaron Michael Keaton y todos los que le siguieron. Acá, el británico logró desmarcarse de tal manera de los prejuicios que lo seguían que entregó al Batman más fiel al personaje de origen y al mismo tiempo único y original que vimos en la pantalla grande hasta ahora. Puede que su Bruce Wayne necesite algún pulido, pero incluso en esos “errores” se puede encontrar algo más que los hace redimibles. En un momento en que estas historias parecían haber saturado todo, The Batman demostró que aún se pueden contar historias de personajes explotados hasta el hartazgo y entregar algo nuevo, original, entretenido e inolvidable.
Petite Mamam y la ternura de una cámara amiga La directora detrás de Portrait of a Lady on Fire regresa con una intimista e inolvidable película. Marion saluda uno por uno a los residentes del asilo en el que vivía su abuela. Sabe que ya no los va a volver a ver, pero esta vez quiere poder decir “adíos”. Despedir a una madre debe de ser de las cosas más difíciles a las que nos enfrentamos en nuestra vida y es justamente eso lo que le ocurre a la mamá de Marion, pero no lo dice, apenas si lo muestra. Petite Maman es una historia increíblemente tierna y bella acerca de las relaciones entre madres e hijas en dos generaciones. La sencillez que adopta de principio a fin para narrar una película fantástica hacen que la experiencia frente a la pantalla sea realmente inolvidable y deje esa sensación de calor en el pecho y sonrisa grabada, similar a esa que quedaba cuando probábamos la torta que mamá había hecho para la merienda. Marion (Gabrielle Sanz) y sus padres tienen que ir a la casa de su abuela para vaciarla, ya no va a volver. Pero si bien ella ayuda, lo que más hace es jugar en el inmenso bosque que hay atrás de la casa. Un día, su madre se va y se queda sola con su papá, pero mientras él ordena, clasifica y arma las cajas, ella explora este nuevo terreno. Es allí donde se encuentra con Nelly (Josephine Sanz), otra nena de su edad con la que parecen compartir mucho más que gustos en común. Cuando Nelly la invita a la casa, se da cuenta de que acaba de cruzar la puerta de la casa de su abuela, y que esa niña es en realidad su madre, antes de una cirugía que le cambió la vida. Petite Maman logra algo que no es fácil, que de hecho es difícil de encontrar en el mundo de la ficción: realmente darle la voz a un niño. Las formas en las que reaccionan, los diálogos, incluso los gestos, parece haberse adentrado a la perfección en la mente de alguien de 8 años y el resultado es una pieza cinematográfica que logra conmover hasta las lágrimas. Céline Sciamma, responsable de una de las mejores películas de los últimos años, “Retrato de una mujer en llamas”, vuelve a utilizar su tono intimista para contar una historia con pocos personajes, pero esta vez, de una manera completamente diferente. Cada paleta de colores, cada luz, cada destello que se ve en pantalla suman a la historia de estas dos niñas que entablan una entrañable amistad y así Marion logra entender qué es lo que le pasa a su madre ahora, por qué tuvo que irse, por qué la dejó. La magia del cine está, justamente, en encontrar nuevas historias que puedan sorprender a los espectadores, en conectar con ellos de una manera inesperada. En “Petite Maman”, todo esto se consigue y se presenta una de las cintas más bellas que hemos visto a lo largo del año. Se siente tan pequeña en el mejor de los sentidos, que dejamos la sala con la impresión de que hemos compartido un secreto, algo que nos pertenece y que es solo entre nosotros y la pantalla.