El problema de esta película es técnico, no de ideas. En efecto: la idea da para un film más breve, un cortometraje largo o un mediometraje. En el formato de “largo”, pierde algo de efectividad. Sin embargo, no deja de ser una obra de las que se solían llamar “provocadoras”: en un futuro no lejano, los EE.UU. han resuelto sus problemas de desempleo y violencia por el simple trámite de permitir que una noche al año se cometa cualquier crimen sin castigo. Un poco exagerado, es cierto, pero funciona: una familia acomodada que se encierra para pasar esa noche, por el acto de piedad de un niño, se ve envuelta en la misma violencia que rechaza. La película utiliza los modos y mucha de la iconografía de cierto terror reciente (la vertiente “extraños nos vienen a matar, qué les hicimos”) y, si bien como fábula política es interesante, se dijo: los efectos comienzan a reiterarse y a ocupar el centro de la escena. Ethan Hawke, perfecto, mantiene el tono de cuento moral que la historia necesita, y se agradece.