"La noche del demonio 2" no renueva los tópicos del género de terror, pero resulta una película diferente.
Si hubiera que definir a La noche del demonio 2 con una frase promocional, podría decirse que es una de las películas de terror más ambiciosas del año. En la magnitud de esa ambición residen su mayores virtudes y defectos.
Pero antes de empezar la contabilidad positiva y negativa, hay que destacar que el director es James Wan, el mismo de El conjuro, un referente del cine de terror, que ya había dirigido la menos afortunada primera parte.
En esta nueva entrega, que empieza justo donde terminaba la primera, Wan se redime de los errores narrativos y dramáticos más obvios que había cometido en la anterior. Sin embargo, en vez de simplificar la intriga, lo que hace es complicarla y no reprimir nada de su particular poder imaginativo.
La familia Lambert sigue siendo acosada por espectros, aunque ahora de una forma mucho más íntima, ambigua e insistente, y la única manera de librarse del mal que los atormenta es descubrir el origen de tanto odio, para lo cual será necesario una serie de peripecias en las que el tiempo y el espacio se distorsionan y la realidad adquiere la complejidad de un laberinto. En ese proceso, la historia se vuelve coral, y casi todos los personajes tienen un rol significativo, incluso el dúo de cazafantasmas que aporta una mezcla de humor negro y bloopers a la oscura atmósfera dominante.
El resultado no es sólo un homenaje a clásicos como Alfred Hitchcock, John Carpenter o Dario Argento, sino también la postulación de un mundo donde los muertos están muy cerca de los vivos. La representación visual de esa distancia mínima entre humanos y fantasmas combina imágenes que parecen extraídas de una colección de cuadros surrealistas y de una sesión de espiritismo victoriana.
Más allá de que esté lejos de renovar los tópicos del género, Wan tiene una imaginación inagotable para realizar esa operación alquímica que consiste en convertir algo familiar en siniestro. Así, un andador de bebé, una caballito de madera o un teléfono armado con dos latas y un hilo se cargan de una vida amenazante.
Es probable que la gran cantidad de elementos que se ponen en juego en La noche del demonio 2 resulte confusa. No obstante, se trata de una confusión justificada, que respeta su tema incluso cuando se ríe de él. Es que la risa no espanta a los fantasmas y cerrar los ojos (como sucede al final con un primer plano alegórico de los ojos de Patrick Wilson) sólo significa que el terror no se agota en lo que vemos ni en lo que dejamos de ver.