La memoria de la muerte
El caso de James Wan puede ser desconcertante. Rodrigo Seijas ya volvió sobre su trayectoria al analizar otro estreno de este año bajo su dirección, El conjuro, mencionando sus numerosos y bruscos cambios a lo largo de su filmografía. Y digo desconcertante porque no deja de resultar llamativo cómo de El juego del miedo, paradigma del torture porn y el gore, se llegó a La noche del demonio, El conjuro y ahora La noche del demonio 2, películas con una estética completamente distinta. Puestas en escena clásicas, con atmósferas y climas sobrecogedores, planos largos y descriptivos y tramas volcadas al desarrollo de una línea argumental, antes que en el golpe de efecto que la subviertan, hacen que quizá estemos ante un sólido referente del cine actual. El “quizá” reside en la irregularidad, aunque en cada uno de sus films -incluso en los peores (y aquí pienso inmediatamente en Sentencia de muerte)-, hay atributos para pensar que Wan ya se ha ganado un lugar entre los cineastas más respetables de la actualidad. Si bien con La noche del demonio 2 no termina de redondear lo mejor que tenía la primera parte o El conjuro, no deja de tener elementos que confirman una prolija línea que provocará más de un susto en el espectador.
La noche del demonio 2, o Capítulo 2, es una secuela con todas las letras. No vayan al cine si no vieron la primera, porque mantiene y profundiza los lineamientos de la aquella, continuándola desde el primer minuto en que terminaba, expandiendo su mitología. En el afán de hacerlo, sin embargo, se torna sumamente caótica, en particular cuando se aleja del núcleo protagónico de la primera entrega. Pero no porque los personajes integrados por el simpático dúo de expertos en energía paranormal fallen, sino porque toda la subtrama de búsqueda a una explicación de los hechos acontecidos en la primera entrega es desordenada, confusa, y se termina resolviendo de una forma brusca a partir de una trama detectivesca infantil. Esto no quita alguna puesta en escena elegante y perturbadora que demuestra la habilidad del director: el ingreso al hospital abandonado o la mansión abandonada de Parker tienen momentos aterradores (en particular por la figura de la madre) que nos llevan a cuestionarnos una y otra vez qué sucedió allí. El problema reside en que una vez que tenemos la respuesta, el suspenso no es tan inquietante y este nuevo giro con la trama que se venía desarrollando de la primera película requiere, entre otras cosas, una serie de explicaciones cada vez menos convincentes que debilitan el conflicto central.
Sin embargo, y a pesar de un relato más débil que la primera o la superior El conjuro (repitiéndose Patrick Wilson, a esta altura un actor fetiche de Wan junto a su colaborador y amigo Leigh Whannell), hay en los climas de esta entrega una estética más cuidada que tiene mucho de maestros como Darío Argento: la dosificación del rojo, las líneas de fuga en el encuadre hacia puntos de tensión y planos largos que siguen a los personajes hasta perderse en un rincón oscuro, son algunas de las marcas identificables tanto en esta como en la primera parte.
Si bien es más endeble que las últimas dos películas de Wan, La noche del demonio 2 es un estreno que deja sin embargo la sensación de ser insólitamente novedoso. ¿Quién iba a decir que la estética de los ´70 podía verse tan renovadora?