Un especialista del arte de producir terror
El estadounidense James Wan es una gran promesa para el cine de Hollywood. Director que creó la exitosa y cuestionable saga El juego del miedo, Wan ha acumulado méritos dentro de géneros como el terror, el horror y el gore, hasta ubicarse de a poco como un nombre a seguir. Si el reciente estreno de El conjuro representó para muchos su consagración, a partir de un film de terror de corte clásico, la llegada a las pantallas de La noche del demonio: Capítulo 2 pone en evidencia que este joven director es además sumamente prolífico. Pero lejos de representar su definitivo ascenso, ambas son pruebas evidentes de lo que todavía le falta para confirmar lo que sus trabajos vistos hasta ahora apenas insinúan.
Es mucho lo que estas películas, estrenadas apenas con meses de diferencia, tienen en común. En primer lugar a su estrella, el eficaz Patrick Wilson, quien tiene a su cargo ambos protagónicos, elevando a tres sus colaboraciones con el director (Wilson protagonizó en 2010 la primera La noche del demonio). Las tres películas abonan al subgénero de “familia que se muda a caserón maldito debe vérselas con entidades mal intencionadas, pero superan el trance con ayuda de expertos parapsíquicos”. Una y otra son también una muestra cabal de que Wan es, si no un hábil artista de la forma cinematográfica, al menos un aplicado copista, diestro a la hora de recrear de modo eficiente y preciso las atmósferas y estéticas clásicas.
Mientras El conjuro lograba una interesante mimesis formal con los relatos de terror de los años ’70, la segunda parte de La noche del demonio lleva la cosa a un nivel de complejidad textual que hace recordar a las hipertrofiadas pretensiones narrativas de Christopher Nolan en El origen, sólo que acá la cuestión es paranormal-espiritual en lugar de metafísico-psicoanalítica. ¿Será casual que los nombres originales de ambas películas, Insidious e Inception, tengan un aire de familia? Por lo pronto puede decirse que Wan reproduce aquel juego de relatos dentro de relatos, corriendo en paralelo y afectándose unos a otros con sus acciones. Intención que ya aparecía en el primer episodio de lo que seguramente acabará siendo al menos una trilogía, pero que este Capítulo 2 lleva al extremo.
Como ocurría con El origen, Wan hace alarde de virtuosismo y hasta puede discutirse si no se trata de un director cuya mirada esteticista raya el fetichismo formal. Desde lo narrativo vuelve a mostrar la solidez con la que sorprendió en El conjuro pero, igual que en ésta, el problema de La noche del demonio 2 está dado por una incapacidad para generar nuevos órdenes a partir de viejas fórmulas. Puede resumirse diciendo que Wan no cuenta nada nuevo pero lo cuenta lindo y, sí, es una forma de verlo. Pero si ya El conjuro dejaba claro que el director se quedaba al menos unos pasos más acá de sus influencias, este estreno encimado revela que tampoco logra trascenderse a sí mismo, incluyendo en esta película escenas que recuerdan a la otra. Por todo esto, James Wan sigue siendo una promesa de Hollywood, una a la que todavía le falta un golpecito de horno.