Tributos exagerados
Resultó tentador para el director James Wan hacer una segunda parte de la original Insidious, donde se conjugó demonología, espiritismo y viajes astrales. Y también volver a su actor fetiche, Patrick Wilson (Josh Lambert), con quien se consagró en la imprescindible El conjuro, una película que con maestría (y sin alevosía) recurrió a hitos de género de terror de antaño.
Recalculando: el cineasta malayo decidió revolver el placard de Alfred Hitchcock (Psicosis), Stanley Kubrick (El resplandor), Dario Argento (Suspiria), John Carpenter (Halloween) y su filmografía para sacar las mejores ropas y armar un pastiche cinematográfico: La noche del demonio: Capítulo 2, que: a) no asusta, b) mezcla el mundo de los vivos y los muertos (luz/oscuridad) a un ritmo inentendible, c) es una oda a sus cineastas favoritos donde, a pesar de los buenos efectos especiales, la originalidad estuvo ausente.
¿El guión? Una perturbadora imagen espectral persigue otra vez a la familia Lambert. La atención se depositará en el enigmático padre de familia (Josh), el pequeño Dalton (Ty Simpkins, lo mejor del cast) y en la difunta Elise Rainier (Lin Shaye), la justiciera medium que pasó a mejor vida por no soportar la espectral presencia que habita en la casona familiar.
El fantasma de una madre atormentadora, abofeteadora y criminal o el exceso de color rojo (desde el logo del filme hasta algunas puertas y sectores de la casa), remiten al cine giallo y hacen de esta película una exageración al tributo que domina a la historia central.
Sólo se destaca un siniestro personaje donde el trasvestismo -ceñido en un puntilloso vestido de novia negro- y su colección de víctimas, hacen a lo interesante.
A esto sumemos que la locación es muy parecida a donde se rodó El conjuro y que Wan se empecinó en incluir, otra vez, a la pareja de nerds cazafantasmas que sólo causan gracia y le quitan seriedad a la película. Por eso, James, hay que resistirse a las tentaciones.