Poco insidioso
Vivimos en una época que ya no se conforma con remakes o continuaciones tardías de viejas glorias: sólo por nombrar algo de este año, vimos Jurassic World, Mad Max: furia en el camino y se viene otra de Terminator. Es una época donde todo producto más o menos aceptable se convierte en una franquicia que incluye una cantidad exagerada de entregas. Por supuesto que la calidad depende de las personas involucradas y en el caso de La noche del demonio 3 se nota la ausencia del director de la primera y segunda entrega, el efectivo James Wan. Le llegó el turno de debutar en la dirección a otro de los creadores de la saga de El juego del miedo, el actor Leigh Whannell, quien interpretaba a uno de los dos prisioneros de Jigsaw en aquel baño infernal.
A Whannell, al igual que a su película, les queda grande la camiseta. Su problema es comparable al de Annabelle -la película de la muñeca de El conjuro-, es decir, la falta de sustancia, además de la incapacidad de sus respectivos directores por imprimirles algo de garra al asunto.
Al igual que la película de la muñeca, esta tercera entrega de La noche del demonio es una precuela con apenas algunos elementos que forman el nexo entre las historias. En Annabelle era claramente la muñeca, aquí es Elise Rainier, la médium de la primera entrega interpretada por la actriz cuya expresión es una sugerencia constante de que está hablando con los muertos, Lin Shaye. Algo así como si Mirta Busnelli resultara creíble.
Digamos que el personaje de Shaye es simpático, pero su origen es como un partido entre Defensa y Justicia y Aldosivi: jamás pensé en él pero si está en la tele lo miro. Lo que quiero decir es que con Insidious no se ha construido un universo lo suficientemente denso como para contener una saga. Sencillamente carece de profundidad y esta historia surgida por la tangente gasta más esfuerzos en avisarnos que pertenece a ese universo que en generarnos tensión o terror.
Fuera de esto, la película es una más del montón en el peor de los sentidos: no hace nada por salirse del molde industrial del que proviene, y más allá de alguna escena de susto realmente lograda, el resto es un conjunto de elementos y matices compactados y elegidos al azar para dar siempre el mismo resultado. Poco nos van a importar las motivaciones y los traumas de la protagonista Quinn (Stefanie Scott, que extrañamente tiene la misma edad que su personaje) y su familia disfuncional genérica, sobre todo sabiendo que al menos para el personaje que a nosotros nos interesa las cosas salieron bien.
Esta película, al igual que otra tanta cantidad de engendros, es producida por el director de Actividad paranormal, Oren Peli. La próxima vez que vean ese nombre piénsenlo dos veces, es el verdadero espíritu maligno que nos persigue para obligarnos a ver películas insufribles que llenen sus bolsillos.