La franquicia imaginada por James Wan avanza con un nuevo capítulo en “La noche del demonio 3” (USA, 2015), con un acercamiento hacia el mundo de la médium Elise Renai (Lyn Shaye) y sus ayudantes los Spectral Sightings (Leigh Whannell y Angus Sampson), el trío que permitió que la familia Lambert se “liberara” de los espíritus que la acechaban en las dos primeras entregas.
Conscientes de la riqueza del personaje de Elise, los productores avanzaron con una trama que nuevamente involucra a una joven acechada por fantasmas llamada Quinn (Stefanie Scott) y que pese a los esfuerzos de su padre por tratar de ayudarla (Dermot Mulroney), será necesario acudir a la señora que habla con el más allá para poder acompañarla hacia la luz.
Todo comienza cuando Quinn visita a Elise con intenciones de dialogar con su madre, recientemente fallecida luego de un largo proceso de enfermedad. Elise detecta algo que la perturba, y como ella también está atravesando un profundo dolor por la muerte de su marido, decide aconsejarle a la joven que visite a otra persona, que ella en este momento no se siente con la fuerza necesaria para otra vez invocar espíritus.
Pero lo que acecha a Quinn avanza sobre ella. En la noche (como pasaba en las anteriores entregas) y cada vez que ella duerme la contacta, y va por más, cuando en medio de la calle la distrae y la hace tener una accidente de tránsito (es embestida por un automóvil) del que tendrá varias secuelas, y justamente una de ellas es poder conectarse con el más allá y quedar entre la vida y la muerte.
Para condimentar la historia el director Leigh Whannell (que también actúa en ella) retoma algunos índices de las entregas anteriores, pero a diferencia de “La noche del demonio 1 y 2”, y más precisamente en la 2, en donde la trama de puzzle favorecía el suspenso y el horror y terminaba por configurar una cosmogenia épica en la que todos los involucrados de las historias tenían que ver con todos.
Acá hay algo de eso, pero todo se resuelve muy rápido, y si en las anteriores se podía vislumbrar un cuidado proceso de guión y narración, en esta oportunidad todo es más precipitado, y algunas de las respuestas ante la división de la protagonista entre ambos mundos es irrisoria.
Pero esto es un dato menor, porque Whannell desarrolla en profundidad a Elise, que termina convirtiéndose en la verdadera protagonista del filme, enfrentando a cada una de las terribles amenazas con las que se enfrenta, y superando sus propios medios.
En esto de poder superar el suicidio de su marido y de intentar salir adelante a fuerza de trabajo y de poder pararse frente al precipicio que divide la vida de la muerte hay una suerte de parábola que demuestra que con la intención de ayudar todo se puede cambiar.
Whannell utiliza el efecto sorpresa como principal recurso para asustar, y lo logra, pero más logra cuando detalla con una precisión increíble cada una de las alegorías de la muerte y cada uno de los crímenes que detrás de una aparición se esconde.
“Si llamas a un muerto todos te pueden oír” dice Elise, la luchadora que logrará combatir al mal y poner a Quinn en el lugar que tiene que estar, a pesar que los muertos la seguirán acosando, como ya sabemos, mucho más adelante.