En La noche del demonio: La puerta roja pasa algo casi inusual para el cine de hoy en día y es, tal vez, lo más interesante a cuestas: una lucha patriarcal a su vez que generacional entre hombres, hoy en día más una blasfemia identitaria para algunos sectores de la sociedad.
La historia retoma los horrores ocurridos con la familia Lambert, personajes que pulularon la primera y segunda entrega, pero que abandonaron en la tercera y cuarta y que sigue, luego de varios años, los traumas y secuelas que dejaron los hechos paranormales de aquellas. Ahora la familia está desintegrada: papá y mamá separados, aparentemente, por los dramas que vivieron juntos relacionados a los horrores demoníacos de las dos primeras partes. Así papá Josh, tipo en apariencia distante, intenta recomponer la relación un tanto perdida con Dalton, hecho que lo retrotrae a su infancia y difícil relación con su progenitor. Dalton es ya un adolescente retraído y sombrío, de esos que abundaban en los 90 y se torturaban (nos torturábamos) con música de Nirvana, The Smashing Pumpkins y Radiohead, vuelto ahora todo un artista de lo obscuro y que se instala en la universidad para llevar su talento a otro nivel. Es en ese espacio físico que atravesará su laberinto interno, representado en ese nuevo hogar y que responderá a una idea bien planeada sobre “aprender” a ser hombre, a superar sus traumas y, principalmente, perdonar a su padre. Ese arco dramático se vuelve especular con el personaje de Josh, quien deberá ir hasta el más allá con tal de arreglar los vidrios rotos. Y cuando digo más allá hablo literalmente ya que se despertarán todo tipo de entidades macabras alrededor, además de ese lugar tenebroso que se ubica en lo más profundo de lo imaginable y que puede representar además el inconsciente,espacio que a veces debe ser bloqueado por una puerta roja para que el mal no salga al exterior.
Insidious: The Red Door es una película chica, a veces filmada como un drama televisivo y otras con buena mano para el suspenso y los sobresaltos. No extraña que esta dicotomía se de justamente en una ópera prima, ya que es el debut de Wilson tras las cámaras. Que no está mal, para nada. Teniendo en cuenta lo cansada que estaba la saga con el transcurso de los años y que, sin ir más lejos, ya desde la primera tenía sus defectos.
Wilson sabe aprovechar la simbólica que puede tener lo demoníaco y macabro en la película, volviendo ésta cuestión sus propios “demonios internos”, así como los de su hijo que adolece y que están perfectamente exteriorizados ya que el drama que aborda tiene el mismo peso que el terror. Eso sí, sin intentar como muchas otras obras de éste género en estos tiempos, ser una catarata lacrimógena con exceso de sentimentalismo y que ocupan más espacio que el mismo horror.
Insidious es una película sin pretensiones, que esconde bajo la manga algunos buenos momentos, buenas ideas y sobresaltos garantizados. No esperen mucho más y no la van a pasar mal.