Emiliano Fernández (Metacultura):
La proyección astral
A toda saga le llega su fecha de vencimiento y por más que Hollywood se empecine con alargar y alargar lo inevitable lo cierto es que a escala creativa las franquicias del nuevo milenio casi siempre mueren en el segundo o tercer eslabón de la cadena, a pesar de que el éxito comercial continúe acompañando a unos productores que exprimen a más no poder las esperanzas de un público muchas veces cautivo/ devoto/ ingenuo que sigue esperando que la cosa mejore o simplemente abraza de manera inconsciente el automatismo ancestral del folletín melodramático, ese “veamos qué sucede a continuación de todo lo anterior”. La saga que empezó con La Noche del Demonio (Insidious, 2010) y continuó con La Noche del Demonio 2 (Insidious: Chapter 2, 2013), dos trabajos muy disfrutables dirigidos por James Wan y escritos por Leigh Whannell, parecía haber alcanzado su punto más bajo en aquella deslucida tercera parte, La Noche del Demonio 3 (Insidious: Chapter 3, 2015), a cargo del propio Whannell en modalidad director, porque el cuarto eslabón, La Noche del Demonio: La Última Llave (Insidious: The Last Key, 2018), nuevamente con un guión de Leigh aunque ahora con dirección de Adam Robitel, éste conocido por La Posesión de Deborah Logan (The Taking of Deborah Logan, 2014), Escape Room: Sin Salida (Escape Room, 2019) y su también horrenda secuela del 2021, había levantado un poco el espectro cualitativo de una franquicia ya de todos modos muerta o sin nada valioso para decir o sin novedad alguna en el horizonte retórico que justifique la montaña rusa de sustos y gritos.
Nada nos podría haber preparado -ni siquiera el periplo algo errático de un Whannell que justo después de La Noche del Demonio 3 entregaría dos verdaderas joyas en calidad de realizador, Upgrade (2018) y El Hombre Invisible (The Invisible Man, 2020)- para la lamentable La Noche del Demonio: La Puerta Roja (Insidious: The Red Door, 2023), un trabajo rutinario y para nada inspirado que comete el mayor pecado posible tanto dentro del cine mainstream contemporáneo como en lo que atañe al terror en especial, léase aburrir al público, ya no sólo de la mano de un catálogo de “jump scares” dignos de un manual para espectador de jardín de infantes sino además por escenas innecesariamente larguísimas que caen en múltiples redundancias, diálogos aletargados, situaciones ultra trilladas y una falta de novedad o suspenso verdadero que resulta exasperante a medida que los interminables 107 minutos desfilan por la pantalla, todo gracias a un Patrick Wilson que se encaprichó con dirigir, aquí de hecho debutando detrás de cámaras, y a un Scott Teems que escribió el guión a partir de una historia previa del susodicho y Whannell, en este sentido conviene recordar que Teems viene de una racha bastante apestosa que incluyó Llamas de Venganza (Firestarter, 2022), de Keith Thomas, Halloween Mata (Halloween Kills, 2021), de David Gordon Green, y La Cantera (The Quarry, 2020), esta última dirigida por el casi siempre mediocre Scott e incluso demostrando que Ese Sol Vespertino (That Evening Sun, 2009), un interesante drama familiar englobado en el gótico sureño, podría haber sido un accidente.
Para aquellos que no lo sepan o no lo recuerden conviene tener presente que la saga se mueve por dípticos, así los dos primeros capítulos son correlativos y los dos siguientes también pero ya bajo el halo de las precuelas, transcurriendo antes de los hechos de La Noche del Demonio original del 2010, aclarado el detalle se puede decir que La Noche del Demonio: La Puerta Roja es una continuación del film del 2013, de aquel arco narrativo que se explaya en las tribulaciones de la familia encabezada por Renai (Rose Byrne) y Josh Lambert (el mismo Wilson), en esta oportunidad separados luego de una década desde los acontecimientos del segundo episodio. Dalton Lambert (regresa un crecidito Ty Simpkins), quien cuando mocoso había caído en un supuesto coma y había entrado en un purgatorio espiritual y muy peligroso llamado el Más Allá, mantiene una relación no precisamente amigable con su padre y comienza a estudiar pintura/ dibujo en una universidad, donde se hace amigo de su compañera de cuarto negra, Chris Winslow (Sinclair Daniel), y capta la atención de una profesora árabe de pocas pulgas, Armagan (Hiñan Abbass), normalidad de adolescente que se viene abajo cuando los mentados cuasi demonios del Más Allá se le aparecen una y otra vez por su capacidad innata para la “proyección astral” o experiencia extracorporal, don que es una especie de condena y que comparte con su padre, por ello Josh recorre un camino pesadillesco paralelo que termina de eclosionar cuando Renai le confirma que en el pasado intentó matar al clan y por ello hizo suprimir sus recuerdos.
Si bien Wilson pretende contentar a los fans introduciendo cameos de personajes queridos como la psíquica Elise Rainier (Lin Shaye) y el dúo de investigadores paranormales, Specs (Whannell) y Tucker (Angus Sampson), lo cierto es que la saga nunca pudo salir del marco ya agotado del acoso fantasmal familiar de Poltergeist (1982), de Tobe Hooper, el padre en proceso de enajenación de El Resplandor (The Shining, 1980), opus de Stanley Kubrick, las posesiones diabólicas símil El Exorcista (The Exorcist, 1973), de William Friedkin, y algo de aquella extraordinaria parafernalia asociada a la Trilogía de las Puertas del Infierno de Lucio Fulci, nos referimos por supuesto a Miedo en la Ciudad de los Muertos Vivientes (Paura nella Città dei Morti Viventi, 1980), El Más Allá (E tu Vivrai nel Terrore! L’Aldilà, 1981) y La Casa Cercana al Cementerio (Quella Villa Accanto al Cimitero, 1981), tres películas que fueron retomadas -al igual que el J-Horror nipón- por la franquicia que nos ocupa aunque privándolas de la efervescencia gore que tanto le gustaba al cineasta italiano. La Noche del Demonio: La Puerta Roja mete en la licuadora a los fantasmas tenebrosos previos, léase La Novia de Negro (The Bride in Black), El Hombre que no Puede Respirar (The Man Who Can’t Breathe), Demonio Lápiz Labial (Lipstick Demon) y Cara de Llave (KeyFace), con la aparente idea de ofrecer un popurrí semejante al de la primera faena, sin embargo la torpeza de Wilson como director y el automatismo del guión de Teems generan un incesante déjà vu de situaciones recicladas y personajes francamente intercambiables…
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