El nuevo capítulo de la saga de La Noche del Demonio, pensada por James Wan y Leigh Whannell (la misma dupla que creó El Juego del Miedo), se centra en Elise Rainier (Lin Shaye) la especialista en lo paranormal que surgió como personaje de reparto en la primera parte de la serie y que luego, de maneras diversas, apareció en entregas siguientes.
Con el inesperado éxito de la película original, en este presente plagado de franquicias fue necesario generar las entregas sucesivas dado el éxito de cada una de las secuelas. Al final de La Noche del Demonio la historia para una continuación era bastante obvia, por lo cual se siguió esa opción con buenos resultados (aunque inferiores a los de la primera), manteniendo a la dupla Wan-Whannell y al elenco. Para la tercera parte esa línea de relato ya se había terminado y ello motivó una rotación de protagonistas, quedando como nexo a la historia original el personaje de Rainier. El resultado fue incluso inferior, ya sin Wan como director y con el guionista Whannell tomando su puesto.
Ahora llegamos a la cuarta parte y la opción es relatar la historia de Elise Rainier y el origen de sus poderes perceptivos. La película se ubica temporalmente en dos periodos anteriores a La Noche del Demonio: primero un prólogo en 1953 durante la infancia de Elise y luego en 2010, casi en simultáneo con el comienzo del desarrollo de los hechos de esa entrega original. El primer segmento, más corto y compacto, está narrado con un buen sentido de la tensión dramática, más allá de que Adam Robitel no es James Wan (como tampoco lo era Whannell) y no posee la capacidad de provocar verdadero terror sin tener que recurrir a las típicas trampas como el golpe inesperado junto con la música estridente o el primerísimo primer plano con un personaje arremetiendo de repente sobre el protagonista, generando de esa manera el estremecimiento del espectador. Olvídense, salvo contadísimas excepciones, del plano abierto que revele algo de a poco, aquí la cámara se posiciona bien encima y lo que esta fuera de campo no tarda en irrumpir en el plano con fines de susto.
La primera parte deja establecido que Elise Rainier ya tenía desde su infancia la capacidad para entrar en “The Further“, ese limbo donde van los espiritus. La joven muestra, además, una persistencia casi mística ante la presión de su padre para que reniegue de tal capacidad, motivo por el que la entidad maléfica que habita su casa familiar la elige para contactarla y usarla como medio.
En el presente, ese pasado que quedo atrás en el tiempo pero no en su inconsciente deja la forma de sueño, hecho que motiva el retorno a la casa de su niñez y la confrontación de miedos originarios. El viaje a su ciudad natal lo hace con Specs (Whannell) y Tucker (Sampson), la dupla de asistentes que la sigue desde el comienzo de la saga y que oficia como necesario –aunque no muy efectivo- comic relief. El problema con ellos no es que no sean muy inteligentes, sino que sus comentarios cómicos suelen llegar fuera de tiempo, diluyendo cualquier impacto. Igualmente es bienvenido que existan para aliviar un poco la gravedad del relato.
Ya en la casa natal, el caso paranormal para el cual fue convocada Rainier toma un cariz policial mas terrenal, aunque luego quede claro que lo policial también se encuentra signado por lo paranormal. De ello se puede rescatar una línea común con otras películas de esta temática: muchas veces los comportamientos humanos aberrantes están marcados por la influencia de poderes inhumanos, generándose una exculpación de los seres de carne y hueso que los cometen. Idea peligrosa que, por cierto, dejaría a las personas sin libre albedrío y reducidas a vehículos para cometer atrocidades. Resulta paradójico porque quizás sería mucho más terrorífico pensar que dentro del hombre habitan el bien y el mal, y que ambos son capaces de obrar sin necesidad de influencias sobrenaturales.
La película no termina de explorar explícitamente esa línea. Por el contrario, plantea en la elección de Rainier de no ejercer la violencia que sufrió en su infancia la posibilidad de triunfar frente al espíritu maligno que enfrenta. Esta última parte, que revela la causa de tantos espíritus en la casa, otorga algunas secuencias de buena resolución visual. Sin embargo, el enfrentamiento final se resuelve de forma menos imaginativa. La ayuda de sus sobrinas, que Rainier reencuentra en su vuelta al pueblo natal junto a un hermano del cual se separó prematuramente, permite alcanzar un final tranquilizador y de reconciliación.
En una de esas sobrinas está precisamente una clave o llave (key en inglés tiene ambos significados) para la continuación de la franquicia, posiblemente sin la participación de Elaine Rainier y con un personaje joven que pueda erigirse en el rol protagónico. Puede que así se nos deje vislumbrar un más allá más estimulante.