Exorcizando el pasado.
No es casual que la cuarta entrega de la popular saga La Noche del Demonio comience situándose en el año 1953. No solo la época en que nuestra parapsicóloga estrella, Elise Rainier (Lin Shaye), es apenas una niña que toma conciencia de sus poderes, sino también en la que cae Stalin y comienza la Guerra Fría, situación que bien se refleja en la cinta en una escena en la que el dictatorial padre de Elise, mira en la televisión como acontece este suceso.
La secuencia inicial hace alusión al primer contacto de Elise con un demonio poderoso que habita en otra dimensión (con un portal de entrada en el sótano de su casa). Casa que se encuentra al lado de una prisión, en Nuevo México, en la que todos los días mueren reos condenados a la silla eléctrica. Evidentemente un lugar con una energía densa y oscura, rodeada de muerte y hechos trágicos.
De allí el salto temporal hacia el presente, hacia una Elise que supo usar sus poderes psíquicos para ayudar a los demás, acompañada de su equipo cazafantasma compuesto por Specs (Leigh Whannell) y Tucker (Angus Sampson). Pero la situación se complicará cuando la señora reciba un pedido de ayuda del hombre que habita el hogar de su infancia. Sin preámbulos, ella decidirá hacer frente a su pasado pesado, del cual escapó de muy joven.
Una vez instalados en la casa del demonio, se abrirá la famosa puerta que contiene historias de horror y drama, las peores pesadillas. Si bien la película comienza con un hilo narrativo sencillo, a medida que el relato avanza se va “abarrocando”, se van sumando historias donde la realidad y lo fantasmal se funde y confunde. Recurso que tornará un tanto forzada la narración.
Es cierto que formalmente esta entrega no trae nada nuevo bajo el sol, es un relato remanido y cliché, pero cabe destacar su potencia dramática. El pasado con un padre abusivo y golpeador, que el hogar de Elise haya servido como lugar de tortura, sobre todo de mujeres, sumadas las referencias históricas de la época, no solo alude a las presencias sobrenaturales, también manifiestan los horrores que sucedieron en la realidad. Como un todo orgánico, ambas dimensiones se ligarán a través del temor y la fatalidad, y la única forma de superarlo será exorcizando estos hechos turbios y traumáticos.