Los caza espíritus.
La franquicia Insidious, respetable cuando estaba el nombre de James Wan involucrado y mediocre tras su segunda entrega, tiene por protagonista absoluta a la psíquica Eloise, seguida por un grupo de ayudantes que no aplican la idea de alivio cómico y nunca lo hicieron. La pregunta incómoda es si este personaje es rico y merece tanto respeto porque a rigor de verdad sus aventuras en el más allá no aguantan tantas películas y el catálogo de Insidious con esta nueva entrega, engendro de precuela entre la 1 y la 3, lo confirma con creces.
El cambio de mano en la dirección, ahora a cargo de Adam Robitel, la exime de un rotundo aplazo pero eso no significa bajo ningún concepto que la propuesta ahonde otra temática más que la trillada desventura de la psíquica en los vericuetos de los malos espíritus que se alimentan de miedo de las víctimas que buscan poseer.
La premisa aunque busca la complejidad es sencilla: el pasado y el presente de Eloise se conectan. De chica, con el don a cuestas, fue víctima junto a su madre y hermanos de un padre golpeador. Un hecho trágico familiar la lleva a la fuga ya adolescente con el sello de traidora impregnado y una incipiente culpa que con el correr de las décadas se hace insoportable. El presente de Eloise la tiene en la misma casa de la infancia llamada por su nuevo propietario al ser testigo de hechos paranormales. El resto ya lo sabemos de sobra: golpes de efecto, nada de susto y mucho para cortar del extenso largometraje que amenaza no ser el definitivo de la franquicia.
El dato de color es que esa llave no abra precisamente el cofre de la felicidad.