El cineasta malayo James Wan juega al miedo sin recurrir a efectos sangrientos
El es profesor universitario, ella es cantante y compositora y tienen tres pequeños hijos, el más pequeño todavía un bebe. Se van a vivir a una casa nueva, con todo el estrés que implica una mudanza que, por lo que se ve, tiene como finalidad dar nuevo aliento a la mamá, algo atribulada por su reciente alumbramiento. Algunas puertas se abren solas y, en el ático, parece que hay algo encerrado que no es precisamente un gato. Precisamente cuando el más grande los chicos sube al altillo, todo cambia. Tras un golpe inicialmente sin consecuencias, el pequeño entra en una especie de coma que los médicos no pueden diagnosticar con precisión. Al mismo tiempo, algunos ruidos y siluetas fantasmagóricas se recortan amenazantes para la mujer. ¿Casa embrujada? Por si acaso, se mudan de nuevo y la pesadilla crece. Hasta aquí prácticamente todo lo que ocurre se ve, y no necesita explicación. El director malayo James Wan (tiene 33 años), autor de la primera -y más lograda y del guión del interesante videogame- entrega de El juego del miedo , sabe cómo crear climas pero, cuando trata de resolver el porqué de lo que ocurre hay se complica un poco y tiene que recurrir a demasiadas palabras o argumentos algo endebles. Sin embargo trabaja lo visual, la luz y efectos mínimos (por suerte, ningún despanzurramiento gore) pero muy efectivos, y hasta algún gag del tipo Los cazafantasmas (un dúo de monigotes que lucen tiradores, buscadores de señales electromagnéticas o cosas parecidas munidos de artefactos reciclados y caretas antigases), a partir de la convocatoria de una médium que pueda ayudar a resolver qué le ocurre a ese chico.
En cuanto al guión, no obstante esta cadena de explicaciones que hacen bastante ruido, el cuidado en la recreación del mundo paralelo al que el padre debe acceder para recuperar a su hijo, y la aparición de figuras endiabladas, así como algunos demonios (antropomórficos con rostros que lucen llamas infernales) generan suficiente miedo como para que el público de este tipo de propuestas salga medianamente satisfecho.
Los trabajos de las figuras centrales, en especial el de Rose Byrne (la protagonista de la serie Damages ), es correcto. No es una obra de la altura de clásicos, pero tampoco cae en el lugar común de la sangre a borbotones y tripas por kilo de lo último visto.
Como decían nuestros abuelos, algo es algo.